Los consentidores no son tolerantes, son sólo eso: “consentidores”. El tolerante comprende la miseria del prójimo desde sí mismo, desde la experiencia de su propia miseria. El tolerante suele ser humilde. El consentidor, por el contrario, es un señor altanero, a quien todo le da igual, todo lo consiente. “Toíto te lo consiento, menos faltarle a mi madre” -cantaba la copla aquella. Eso sí, la familia del consentidor es sagrada; pero no les importa meter mano en el bolsillo de la familia ajena. Dicho en plata: se llevan el dinero del que anda distraído.
Pero hay otra fauna más peligrosa, si cabe: los que van por la vida sin escrúpulos de ningún tipo, sin ni siquiera doble moral, porque no tienen ninguna. Ellos tienen el poder. Llamémosles los hijos de la noche o los hijos de las tinieblas, como dice la Biblia. Son una especie peligrosísima de vampiros adinerados que chupan la sangre de todo bicho viviente, sobre todo si el bicho es débil y vulnerable. Estos vampiros no tienen rostro, aunque se parecen mucho a ciertos banqueros. Son los que se llevan los dineros públicos con la excusa de los rescates, se forran con jubilaciones millonarias, y luego asfixian a los pobres hipotecados, les arrebatan el piso, los echan a la calle y los mandan a la cola de Cáritas.
Y es que los consentidores y los hijos de la noche se parecen mucho, empezando porque todo no lo consienten. Aparte de la respetabilidad familiar, todo lo que atente contra su bolsillo o sus intereses personales, eso no les da igual.
Los consentidores hablan mucho de los “malos tiempos que corren”, de las crisis (¿les suena la palabra?); pero ellos no mueven ni un dedo para que las cosas cambien. Son mediocres y aprovechados. Y los hijos de la noche suelen ejecutar descaradamente lo que los consentidores consienten y les ponen en bandeja.
Consentidores e hijos de la noche, en casa, riñen a sus hijos, si no cumplen, si no estudian, si llegan tarde. Pero eso ocurre solo de puertas adentro. En la calle y en el trabajo, ellos (y ellas) suelen ser muy abiertos, muy liberales: sobre todo, en cuestión de costumbres, muy de acuerdo con la “nueva moral”. Para ellos la “nueva moral” consiste tan sólo en el “sexo liberalizado”. No pasan de ahí. Lo de la justicia social les da igual, salvo cuando piensan que les han robado a ellos. Pero ellos roban a todos los que pueden, y encima se enfadan si alguien los llama ladrones. Para el consentidor la nueva moral es la del mínimo esfuerzo en el trabajo, vacaciones largas bien pagadas, fines de semana que comienzan, a poder ser, en jueves, para viajar mucho, porque el consentidor suele ser un señor muy viajado, muy entendido, ha estado en todas partes.
A los consentidores no les hable usted de comprometerse con nada. En política, suelen andar al sol que más calienta o al árbol que más sombra dé, según la sombra venga o no del poder que hay en ese momento. En fútbol, siempre están con el que gana. Y en cuestión de convicciones religiosas, mandan a la parroquia a sus hijos, que sólo les hacen caso hasta que celebran la primera comunión.
Nos han dicho y repetido los que tienen la mirada más profunda (o sea, los profetas) que la “crisis económica” que padecemos, no es sólo cosa de dineros, sino de valores; es sobre todo la conjunción catastrófica de personas sin escrúpulos morales, los hijos de la noche, aliados con esas otras personas de imperdonables pecados de omisión y consentidores de todo. De todo, menos lo de “faltarles a su madre”.
La madre y los hijos de los otros, a ellos les da igual.
Pero hay otra fauna más peligrosa, si cabe: los que van por la vida sin escrúpulos de ningún tipo, sin ni siquiera doble moral, porque no tienen ninguna. Ellos tienen el poder. Llamémosles los hijos de la noche o los hijos de las tinieblas, como dice la Biblia. Son una especie peligrosísima de vampiros adinerados que chupan la sangre de todo bicho viviente, sobre todo si el bicho es débil y vulnerable. Estos vampiros no tienen rostro, aunque se parecen mucho a ciertos banqueros. Son los que se llevan los dineros públicos con la excusa de los rescates, se forran con jubilaciones millonarias, y luego asfixian a los pobres hipotecados, les arrebatan el piso, los echan a la calle y los mandan a la cola de Cáritas.
Y es que los consentidores y los hijos de la noche se parecen mucho, empezando porque todo no lo consienten. Aparte de la respetabilidad familiar, todo lo que atente contra su bolsillo o sus intereses personales, eso no les da igual.
Los consentidores hablan mucho de los “malos tiempos que corren”, de las crisis (¿les suena la palabra?); pero ellos no mueven ni un dedo para que las cosas cambien. Son mediocres y aprovechados. Y los hijos de la noche suelen ejecutar descaradamente lo que los consentidores consienten y les ponen en bandeja.
Consentidores e hijos de la noche, en casa, riñen a sus hijos, si no cumplen, si no estudian, si llegan tarde. Pero eso ocurre solo de puertas adentro. En la calle y en el trabajo, ellos (y ellas) suelen ser muy abiertos, muy liberales: sobre todo, en cuestión de costumbres, muy de acuerdo con la “nueva moral”. Para ellos la “nueva moral” consiste tan sólo en el “sexo liberalizado”. No pasan de ahí. Lo de la justicia social les da igual, salvo cuando piensan que les han robado a ellos. Pero ellos roban a todos los que pueden, y encima se enfadan si alguien los llama ladrones. Para el consentidor la nueva moral es la del mínimo esfuerzo en el trabajo, vacaciones largas bien pagadas, fines de semana que comienzan, a poder ser, en jueves, para viajar mucho, porque el consentidor suele ser un señor muy viajado, muy entendido, ha estado en todas partes.
A los consentidores no les hable usted de comprometerse con nada. En política, suelen andar al sol que más calienta o al árbol que más sombra dé, según la sombra venga o no del poder que hay en ese momento. En fútbol, siempre están con el que gana. Y en cuestión de convicciones religiosas, mandan a la parroquia a sus hijos, que sólo les hacen caso hasta que celebran la primera comunión.
Nos han dicho y repetido los que tienen la mirada más profunda (o sea, los profetas) que la “crisis económica” que padecemos, no es sólo cosa de dineros, sino de valores; es sobre todo la conjunción catastrófica de personas sin escrúpulos morales, los hijos de la noche, aliados con esas otras personas de imperdonables pecados de omisión y consentidores de todo. De todo, menos lo de “faltarles a su madre”.
La madre y los hijos de los otros, a ellos les da igual.
Eduardo de la Hera Buedo
No hay comentarios:
Publicar un comentario