Millones de personas se hacen la pregunta por Dios. Los musulmanes rezan cinco veces al día a Alá, el Dios único, Creador y Juez del mundo. Los hindúes afirman que todo procede de Brahma, aunque luego adoran multitud de dioses y diosas. Los budistas guardan silencio ante el misterio de Dios y sólo esperan que, tras la supresión de todo deseo en el mundo, gozar al final de la gran paz del Nirvana. Son distintas las representaciones que tienen de Dios -o de los dioses en el caso del politeísmo- las religiones en la historia de la humanidad. Y a todo creyente le han asaltado en algún momento estas preguntas: ¿todas las religiones son iguales? ¿Hablan todas de la misma forma de Dios? ¿Son todas las representaciones de Dios igualmente verdaderas? ¿Cómo es el Dios verdadero? ¿Será el cristianismo tan sólo una forma, igual que las otras, de hablar de Dios?
En la antigüedad, Dios se manifestó al pueblo de Israel: la vocación de Abrahán, la manifestación de Dios a Moisés, el testimonio de los profetas, los salmos... Todo ello se recogió en lo que llamamos Antiguo Testamento. Pero, sólo en la “plenitud de los tiempos”, Dios se ha revelado abiertamente al hombre en la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. Nos dice el evangelista San Juan: “A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1, 18). Oyendo a Jesucristo, oímos la Palabra de Dios hecha hombre; viendo a Jesucristo, vemos a Dios hecho uno de nosotros; encontrando a Jesucristo, los hombres encontramos a Dios. En Jesucristo podemos decir que conocemos de verdad a Dios.
Aunque parezca extraño, sólo Dios se conoce a sí mismo y lo que los hombres hemos dicho de él a lo largo de la historia han sido siempre aproximaciones, basadas en las huellas que él ha dejado en la naturaleza creada, en las experiencias de los místicos de todas las religiones o en las imágenes que cada persona se ha ido formando de él en su vida. Lo mismo ocurre con las personas que nos rodean. Solo conocemos sus sentimientos, anhelos, temores, proyectos... cuando se nos abre en la confidencia y nos habla de sí misma. Sólo cuando Dios se nos manifesta y nos ha habla de sí mismo, podemos decir que nos estamos acercando a un conocimiento más verdadero de Él, aunque nunca la inteligencia finita del hombre podrá comprender plenamente el misterio de Dios.
Jesús, el Hijo de Dios, se nos ha manifestado como Dios, en gloria y majestad, especialmente en su resurrección y ascensión al cielo. Y nos ha hablado de su Padre, al que llamaba cariñosamente Abba. Tras la Ascensión envió al Espíritu Santo sobre la Iglesia primitiva y nos prometió que su Espíritu nos acompañaría siempre en su Iglesia. Así pues, tras la revelación de Jesucristo al mundo, Dios se nos ha manifestado como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Que no podamos comprender racionalmente la Santísima Trinidad no es de extrañar. Tampoco un animal, por más que conviva con su dueño, podrá entender la realidad íntima de la persona de su amo. Y la diferencia entre la inteligencia animal y la humana no es nada comparada entre el ser limitado del hombre y el Ser infinito de Dios. Así, nos encontramos con el testimonio de la Iglesia, que confiesa el misterio de Dios dirigiendo esta plegaria al Padre: “Con tu único Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no una sola Persona, sino tres Personas en una sola naturaleza. Y lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo y también del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De modo que al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad” (Prefacio de la fiesta de la Santísima Trinidad).
Todos los domingos, al rezar el Credo los cristianos confesamos nuestra fe en Dios, que se nos ha manifestado como Dios Padre Creador, Dios Hijo Redentor y Dios Espíritu Santo Santificador. Si nos preguntamos... ¿cuál es el misterio central de la fe y de la vida cristiana?, tenemos la respuestas en el catecismo: “El misterio central de la fe y de la vida cristiana es el misterio de la Santísima Trinidad. Los cristianos somos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
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