domingo, 11 de noviembre de 2012

Un Dios Creador del Mundo

Puede ser que, metidos en los problemas y ocupaciones de cada día, no pensemos en otras cuestiones que pueden tener repercusiones importantes para nuestro destino como personas: ¿El mundo se hizo solo o lo creó un Dios inteligente? ¿Venimos de la materia o venimos de Dios? ¿Es la casualidad, lo irracional, el principio de todo o, por el contrario, el principio del mundo es la razón creadora, la libertad divina, el amor de Dios? Las ciencias nos explican cada vez con mayor precisión los orígenes del mundo, y cómo es el mundo, dando por supuesto que el mundo existe. Mas esto no responde las preguntas fundamentales... ¿Por qué existe el mundo? ¿Por qué existe el hombre?

La contestación que da la Revelación de Dios al hombre es muy clara: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra estaba informe y vacía; la tiniebla cubría la superficie del abismo, mientras el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. /.../ Dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó” (Gén 1, 1-2. 26-27).


Dios ha querido crear el mundo. El mundo no es Dios ni una parte de Dios. El mundo podría no haber existido, pero Dios, por amor, ha querido que el mundo fuese. La fe en Dios Creador, nos ofrece contemplar el universo y el mismo ser del hombre de una manera muy distinta a que todo fuese fruto de una casualidad absurda, imposible de comprender por la razón. Crear es algo absolutamente singular que sólo corresponde a Dios... significa hacer que algo que no existe y no puede existir por sí mismo llegue realmente a existir. Si el mundo o el hombre pudieran separarse de Dios, desaparecerían en ese mismo instante. «A través del relato de los “seis días” de la Creación, la Sagrada Escritura nos da a conocer el valor de todo lo creado y su finalidad de alabanza a Dios y de servicio al hombre. Todas las cosas deben su propia existencia a Dios, de quien reciben la propia bondad y perfección, sus leyes y su lugar en el universo» (Cat. 62).

La revelación de Dios sobre el origen del mundo, que nos transmite la Biblia, no pretende satisfacer la curiosidad humana sobre los orígenes, ni darnos una explicación científica del principio del mundo. La importancia del relato del Génesis se debe a que «la creación es el fundamento de todos los designios salvíficos de Dios; manifiesta su amor omnipotente y lleno de sabiduría; es el primer paso hacia la Alianza del Dios único con su pueblo; es el comienzo de la historia de la salvación, que culmina en Cristo; es la primera respuesta a los interrogantes fundamentales sobre nuestro origen y nuestro fin» (Cat, 51).

El testimonio de la Iglesia nos invita a alabar a Dios «porque tú sólo eres bueno y fuente de la vida, hiciste todas las cosas para colmarlas de tus bendiciones y alegrar su multitud con la claridad de tu gloria. Por eso, innumerables ángeles en tu presencia, contemplando la gloria de tu rostro, te sirven siempre y te glorifican sin cesar. Y con ellos también nosotros, y por nuestra voz las demás criaturas aclamamos tu nombre cantando: Santo, santo, santo...» (Prefacio de la Plegaria Eucarística IV).

A veces nos preguntamos... ¿por qué Dios permite el mal? ¿Cómo es posible que exista el mal si el mundo ha sido creado por Dios? Ante una catástrofe natural que origina muchos muertos o ante los terribles efectos de una guerra o ante la maldad de unos seres humanos capaces de hacer mucho daño a sus semejantes, nos indignamos pensando que el mundo no debería ser así y nos atrevemos a pedir cuentas a Dios sobre por qué permite todo esto. No es fácil responder a esta pregunta tan acuciante. El Catecismo nos asegura que «Dios no es, en modo alguno, ni directa ni indirectamente, la causa del mal. Él ilumina el misterio del mal en su Hijo Jesucristo, que ha muerto y ha resucitado para vencer el gran mal moral, que es el pecado de los hombres y que es la raíz de los restantes males. La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo» (Cat. 57-58).

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