miércoles, 7 de noviembre de 2012

Una carta y otra


Entre las miles de cartas que escribió San Juan de Ávila, dirigidas a toda clase de personas, de distintos estados, culturas, trabajos y ocupaciones, algunas llaman más la atención por el asunto que tratan o por la extensión de las mismas.

El 12 de septiembre de 1568 escribe a Santa Teresa comunicándola que ha leído el escrito de su Vida, escrita por ella misma, y que se la había mandado valiéndose de Dña. Luisa de la Cerda, muy amiga de ambos.

“¿Puede publicarse el libro de su Vida?”. Responde San Juan de Ávila: “El libro no está para salir a manos de muchos porque ha menester limar palabras de él en algunas partes; en otras declararlas, y otras hay que al espíritu de vuestra merced pueden ser provechosas y no lo serían a quien los siguiese; porque las cosas particulares por donde Dios lleva a unos no son para otros”.


La carta es larga y extensa, pero ya con esta cita podemos sacar conclusiones muy interesantes. Primero, que San Juan de Ávila leyó y muy bien, la vida de la santa. Segundo, que ha sido muy sincero advirtiéndola de los “fallos” circunstanciales. Tercero, que Dios no lleva a todos por el mismo camino, ni usa con todos el mismo método. Lo cual -dice San Juan de la Cruz, el poeta místico carmelita- deben tener muy presente los directores espirituales, si no quieren equivocarse y perjudicar más que santificar.

La misma Santa Teresa, en el capítulo primero de las Moradas Sextas, escribe: “Quizá no serán todas las almas llevadas por este camino, aunque dudo mucho que vivan libres de trabajos de la tierra”.

El 2 de noviembre de 1568, Santa Teresa escribe a Dña. Luisa de la Cerda: “El maestro Ávila me escribe largo, y le contenta todo, sólo dice que es menester declarar más unas cosas y mudar los vocablos de otras, que esto es fácil”.

Santa Teresa no quería que se publicase su vida sin que antes la leyese San Juan de Ávila y la aprobase. Si San Juan de Ávila afirma que es necesaria la dirección espiritual para llegar a la perfección, no menos afirma que los directores espirituales han de saber dirigir a las almas.

Germán García Ferreras

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