Jóvenes cristianos de Acción Católica han decido llevar a cabo una campaña intensiva e incisiva para “desmontar” la falsa Navidad y pregonar hasta enronquecer lo que se celebra en estas fechas. Porque son muchos (cada vez más) lo que ya no lo saben. Los judíos, en la reunión familiar de la cena de Pascua, se preguntan por lo que celebran. El más pequeño de la casa hace “memoria histórica” y relata la salida de Israel de Egipto, tal y como la cuenta el libro del Éxodo, porque esto es precisamente lo que celebran en Pascua (el paso liberador de Dios por su vida).
¿Qué celebramos en la Navidad? Respondámonos, como los judíos, en voz alta. Sin complejos. Digámoslo alto y claro. Sepamos lo que celebramos. “¿Qué celebras, niño?” “No sé, supongo que las vacaciones, los regalos de Papá Noel, o esos días en que mi hermano mayor se emborracha y duerme durante toda la mañana, para volver a salir, otra vez, por la noche”. “Supones mal, pequeño. Tal vez tus padres no te lo han explicado bien”...
Dicen que, hoy día, nos hemos vuelto muy divertidos y muy poco celebrativos. O sea, que nos divertimos (o aburrimos) mucho en las fiestas y celebramos poco lo que las fiestas significan. Será porque no nos importa lo que celebramos, más allá de la “huida del trabajo” (o del paro) por unas horas. La gente, cuando llega una fiesta (civil o religiosa, es igual) coge el coche (o el avión) se mete entre pecho y espalda un largo viaje, y no se pregunta más. Como no sea por la ruta a seguir para ir a la playa, a la montaña o al pueblo. O a las islas de Indonesia....
Celebramos, efectivamente, el nacimiento de Jesucristo. O sea, una fiesta mayor entre las fiestas cristianas mayores. La mayor de todas es la fiesta de Pascua. Pero la Navidad también es muy importante. Por eso nos reunimos en torno a la mesa. Y hasta con regalos intercambiados. Los cristianos celebramos, a lo largo del año litúrgico, los misterios de la vida de Jesucristo. Y en la Navidad celebramos su entrada en este mundo de tormentas. Celebramos al Hijo de Dios hecho hombre. O sea, a Dios entre nosotros, que esto significa “Emmanuel”. Dios, acampado en esta tierra. Un Dios, solidario con el hombre. Es mucho lo que celebramos, ¿verdad?
¿Y para los no creyentes? Para los no creyentes (al menos para los más sensatos), Jesucristo debería ser un personaje importante, que se merece otro tipo de celebración distinto que el convencional. Más acorde con el mensaje de alegría, sí, pero también de sencillez y simplicidad que encierra su evangelio. Por tanto (y ustedes perdonen) no celebramos sólo la llegada del invierno. No celebramos la fiesta del regalo, sin más, porque sí, porque es Navidad y “espero que te guste”. No celebramos una tala indiscriminada de árboles en el bosque por lo del adorno navideño. No celebramos que todos somos buenos porque lo dice una fecha del calendario, y ya está. No celebramos “la mejor cena al precio más económico”. No. Rotundamente, no. Así que nadie aproveche la fiesta del Nacimiento de Jesús de Nazaret ni para subir los precios, ni para colarnos publicidad engañosa, ni para echarnos encima una ducha propagandística de merengue blando y empalagoso...
Algunos jóvenes de Acción Católica lo tienen claro, y se disponen a llevar a cabo una campaña. Respetuosa, sí, pero sin complejos. Para que abramos los ojos y no nos den “gato por liebre”. ¡Feliz y auténtica Navidad para todos, hermanos!
Eduardo de la Hera Buedo
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