La llegada de la Navidad es siempre un bello paréntesis en nuestra vida cotidiana. Parece como si en esos días todos nos hiciéramos más humanos, como si la sociedad y sus graves problemas suspendieran por un tiempo su cruda realidad y soñásemos con un mundo de paz, felicidad y alegría perpetuas. De hecho, el saludo más normal en estos días es desearnos unos a otros “Feliz Navidad”. Y lo deseamos de todo corazón; no se trata de una mera fórmula de cortesía y buena educación, como cuando nos decimos “buenos días” o “buenas tardes” de una forma casi mecánica, al encontrarnos con los demás. Y efectivamente, para muchos, la mayoría quizás, va a ser un tiempo de fiesta, de reunión familiar, de intercambio de regalos, de ilusión infantil. Va a ser una Navidad feliz, tal como nos la deseamos unos a otros.
Pero, ¿la Navidad va a ser feliz para todos, a pesar de nuestros buenos deseos? ¿Va a ser feliz para las familias que han visto que durante el año uno o todos sus miembros han perdido su puesto de trabajo? ¿Va a ser feliz para quienes se les ha detectado una enfermedad grave? ¿Va a ser feliz para quienes han perdido a un ser querido? ¿Va a ser feliz para los que se encuentran solos por estas fechas? ¿Va a ser feliz para tantos y tantos que están sufriendo por diversas causas? En definitiva, ¿no será ese “Feliz Navidad”, que nos decimos, algo contraproducente para los sentimientos de muchas personas de nuestro alrededor?
Si nos quedamos solamente en el plano de las situaciones de este mundo, la Navidad no va a ser feliz para muchas personas. Es preciso reconocerlo. Incluso, para algunos, va a ser un tiempo de mayor tristeza, en el que se les van a reavivar las heridas que llevan dentro.
Pero, la Navidad es algo más que un tiempo de alegría mundana, por muchas luces, adornos y compras que hagamos. Si profundizamos en el sentido último de la Navidad, podremos encontrar una fuente de esperanza más honda que la melancolía que los males de este mundo nos pueden provocar.
La Navidad recuerda y hace presente de nuevo el nacimiento del Verbo de Dios encarnado: de Jesucristo, Salvador del mundo. Y para quienes van a vivir esta festividad religiosamente, el encuentro con el Señor, que viene en la celebración litúrgica de la Navidad, puede ser manantial de gozo y de esperanza, más profundos que la alegría, e incluso que la tristeza, que nos proporciona este mundo.
En efecto, cuando Dios acabó la obra de la creación, recién salida de sus manos, “vió que todo era bueno”. La naturaleza, las plantas, los animales, el hombre y la mujer vivían en armonía entre ellos y con su Dios. Del mismo Dios se dice que paseaba con ellos por el jardín del Edén. Bajo estas formas poéticas se quiere transmitir una verdad fundamental para la vida del creyente: el mal que vemos a nuestro alrededor y en nosotros mismos, el desorden y la injusticia que nos rodea, el dolor y la muerte, no es voluntad del Creador. Ha sido el mal uso de la libertad humana quien, al separarse de Dios, ha introducido en el mundo las anomalías que ahora nos hacen sufrir...
Pero Dios mismo ha querido salir al paso del mal que nos esclaviza -el pecado y la muerte, en terminología cristiana- y ha querido hacerse uno de nosotros para arreglar, desde dentro, el desbarajuste que introdujo y que sigue introduciendo la libertad humana desviada de su destino natural. El nacimiento de Jesús en Belén es el comienzo de la obra de la salvación de la humanidad. Otro mundo será posible, “un cielo nuevo y una nueva tierra” ya están decretados y el reinado de Dios, que ha comenzado con Jesucristo, es como la semilla de mostaza que se convertirá en arbusto acogedor de todos los hombres, al final de la historia. El mal, la tristeza, la injusticia y la muerte no son lo definitivo, a pesar de las apariencias.
Quien cree en eso, la Navidad puede ser consuelo y esperanza de solución de todo aquello que ahora le hace sufrir. Por eso, a pesar de todo, y aunque no pueda alegrarse de la misma manera que todos aquellos que, gracias a Dios, van a pasar una Navidad dichosa, también a ellos se les puede decir, con verdad, “Feliz Navidad”, aunque sólo sea en esperanza.
Esto es lo que os desea, a unos y a otros, vuestro Obispo. ¡Feliz Navidad!
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