¿Oyeron ustedes hablar de la “prima de riesgo”? Hasta hace poco ni siquiera sabíamos que teníamos una prima o pariente así. Pues bien, ahora ya lo sabemos. ¿Y quién es la prima de marras? Una señora que, por lo visto, está necesitando que, cada día, la presten más y más dinero. Dinero fresco, para salir adelante.
Por lo visto, estamos endeudados hasta las cejas. Los acreedores no regalan nada, y ponen durísimas condiciones. O sea, que no gobiernan los políticos; gobierna el dinero. Nos gobiernan (o desgobiernan) unos señores que no tienen rostro (o no dan la cara) y viven refugiados en sus catedrales de oro. ¿Ustedes lo entienden? Yo, tampoco. Pero me temo que mucha gente ha ido a votar, en las últimas elecciones, con la mosca o la “prima” esa detrás de la oreja, ¿no les parece?
Se habla mucho, hoy, del eclipse de Dios. En cambio, no ocurre lo mismo con el dios dinero. El dios dinero -es curioso- no se oscurece ni se eclipsa. El dios dinero vuelve siempre. Y no tiene problemas con sus muchos adoradores, que andan repartidos por todas partes.
Los “adoradores del dinero”, por lo general, no son aquellos que sufren la crisis económica en sus carnes. No son los parados de corta, media y larga duración. No, esos generalmente no suelen adorar al becerro de oro. La mayoría necesitamos y usamos el dinero para subsistir, para pagar trampas y vivir tranquilos. El culto al “becerro de oro” (al dios dinero o Mammon) anda por otros lugares. Tiene otros templos, otras catedrales más grandes que el pequeño hogar de los pobres. Me refiero, ante todo, a aquellos que, con su poder económico, tienen sometido a medio mundo. A medio mundo, oigan. Y el otro medio debe ser suyo, de su propiedad.
La “prima de riesgo” se resiste a ser controlada. Dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Puede ser. A eso nos ha incitado el consumo. ¿Y ahora? Ahora viene la “prima” con las tijeras grandes a hacernos un traje a la medida. Y es que por muy ateos que corran los tiempos, hay un dios que no pierde vigor ni brillo. Se llama Mammón. Es la personificación bíblica de la riqueza. Ya lo ven: es un dios tan viejo y tan joven como la Biblia misma.
Un dios, insisto, con todas las de la ley: con sus iglesias y templos, con sus sacerdotes y acólitos. Y hasta con sus dogmas. El dogma más importante se formula así: “Extra mercatum, nulla salus”, que, traducido, quiere decir: “Fuera del mercado no hay salvación”. Ustedes mismos pueden comprobarlo. Los que saben de esto nos han dicho que aquí o nos “hundimos” todos (como en el Titanic) o todos nos “salvamos” a la vez.
¿Están ustedes preparados? Porque esa pariente incómoda que nos ha salido, la “prima de riesgo”, cualquier día llama a nuestra puerta, pidiendo que la invitemos a cenar. Así, por las buenas. Y se nos puede presentar hasta en la mismísima Noche Buena. Sin que nadie la haya llamado.
Eduardo de la Hera Buedo
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