11 de diciembre 2011 - III Domingo de
Adviento
- Is 61, 1-2a. 10-11. Desbordo de gozo con
el Señor.
- Sal: Lc 1, 46-50. 53-54. Me alegro con
mi Dios.
- 1Ts 5, 16-24. Que vuestro espíritu, alma
y cuerpo sea custodiado hasta la venida del Señor.
- Jn 1, 6-8. 19-28. En medio de vosotros
hay uno que no conocéis.
Este
domingo el personaje central vuelve a ser Juan Bautista; si en el anterior lo
hicimos siguiendo a Marcos, hoy comentamos la aportación del evangelio de Juan,
que describe al Precursor como un testigo: “Él no es la luz, sino testigo de la
luz”. Palabras tomadas del “Prólogo”: “La Palabra -Cristo- era la luz
verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre”, y la Palabra
-como celebramos en la Navidad- se hizo carne”.
Juan
Bautista había impactado a sus contemporáneos, y se preguntaron quién era, y le
abren tentadoras alternativas: ¿acaso era el Mesías esperado?, ¿por ventura era
Elías?, ¿quizá un nuevo profeta? Él sencillamente retomó las palabras de
Isaías: “Yo soy la voz que grita en el desierto”. Dice san Agustín: “Juan era
la voz, pero el Señor es la
Palabra. Juan era la voz provisional; Cristo, desde el
principio, la Palabra eterna”. La grandeza de Juan bautista estuvo en que no
buscó ningún protagonismo, sino que siempre estuvo en función de Cristo; lo
fundamental de su vida fue preparar los caminos del Señor. No se reservó nada,
todo lo entregó, incluso su vida, para el cumplimiento de su misión. No era más
que un signo de que algo debía pasar si la vida iba a comenzar de nuevo.
“El Adviento significa comenzar de nuevo,
porque una vida nueva es posible en el que es la Luz”. ¿Qué novedad tiene este
Adviento para mí?
José González Rabanal
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