viernes, 19 de febrero de 2016

La misericordia a nadie dejará tuerto

Estamos viviendo en España un cierto “choque de trenes”. Pueden llamarlo también “ajuste de cuentas”, “encontronazos a la española”, “peleas de miuras”. El cuadro que pintó Goya de los aldeanos que se pelean a garrotazos, metidos en el barro de su inmovilismo, puede ilustrar lo que estamos presenciando, estupefactos, antes de que lleguen los acuerdos y los pactos generosos, para formar un gobierno que no nos desgobierne demasiado.

¿Qué estamos viendo? Ideologías rancias contra ideologías viejas; partidos divididos contra partidos resquebrajados; grupos sociales contra otros grupos... Una memoria histórica contra otra memoria histórica. Nacionalismos contra el Estado. Aquí nadie cede y todos ponen líneas rojas (¡Vaya, por Dios!).

Recoge san Mateo de labios de Jesús lo que los juristas llaman pomposamente el “ius talionis” (la Ley del Talión). La Ley del Talión era una pena judía que consistía en hacer sufrir al delincuente un daño igual (o proporcional) al que él había causado. Algunos islámicos y otros grupos la conservan en sus ordenamientos. Todavía leemos noticias como esta: “Cortan la mano o mutilan un miembro al que delinquió con él”. Nos parece horrible, pero en pleno siglo XXI se dice que “matar al que mata es de sentido común”. Esto no solo se dice, también se escribe y... ¡se realiza!

Pues bien, la misericordia cristiana a nadie dejará tuerto, ni cojo, ni manco. En nombre de Cristo a nadie sacaremos un ojo, amputaremos una mano o dejaremos sin una pierna porque dio un traspié. En nombre de Cristo a nadie quitaremos la vida en el corredor de la muerte. Conocemos lo que dijo el Señor: «Se dijo: Ojo por ojo y diente por diente; pero yo os digo: No recurráis a la violencia...» (Mt 5, 38-39). 

Sin perdón es imposible la convivencia. Ya sé que la justicia debe sumarse a la reconciliación. La justicia, sí, pero no la venganza. Ni la revancha. Ni el cruce interminable de acusaciones...

El perdón y la reconciliación, que son ejercicios generosos de misericordia, se traducen en un acto (y en una actitud) que conllevan grandeza de ánimo, nobleza de espíritu y generosidad de corazón. «Perdonad y seréis perdonados» (Lc 6, 37). El perdón nos asemeja a Dios, el único que puede perdonar pecados. En esto, como en otras cosas, podemos ofrecer hoy un signo transparente de que creemos en Dios, que no se cansa de perdonar.

La cruz, ¿qué es? La cruz es la victoria de Cristo y del cristiano sobre el odio cainita. La cruz abre la puerta de la esperanza. La cruz es luz, porque descubrimos que es posible volver a amar después del desamor y volver a vivir después del odio. A la sombra de la cruz nació una nueva raza de hombres y mujeres. El costado abierto de Cristo clama por una sociedad reconciliada. Pensemos a quién vamos a celebrar y pasear por nuestras calles en la próxima Semana Santa.

En la antigüedad las amnistías eran propias de los reyes. Pero no de cualquier rey; solo de aquellos que tenían un corazón magnánimo. Hubo reyes y reinas santos que destacaron por esto. La misericordia, en las civilizaciones cristianas, tocaba con sus manos a reyes y súbditos. Hoy, tan progresistas, ¿hemos retrocedido?

Aplicar la Ley del Talión, lejos de una urgente reconciliación social y política, nos puede dejar a todos rodando por el suelo: ciegos de ira, encendidos de revanchismos, y -lo que es peor- desgobernados para mucho tiempo.

Eduardo de la Hera

No hay comentarios:

Publicar un comentario