miércoles, 23 de octubre de 2013

Dios habla al corazón... en el desierto

Estaba en el segundo año de la Universidad cuando solicité participar en una sesión de formación de tres meses con un grupo de compañeros en Jerusalén. Dos meses para conocer mejor a Jesucristo recorriendo Tierra Santa y leyendo la Biblia y un mes de ejercicios espirituales. Llevaba conmigo unas páginas sobre la tesina que estaba preparando y que tenía por título: La Misión cuando los graneros están vacíos.

La respuesta estaba clara, si los graneros están vacíos, la misión consiste en llenarlos de comida. Pero esto era antes de que Dios me hablara y me respondiera.


Estaban ya los ejercicios espirituales bastante avanzados. Por primera vez, veo con mucha claridad mi pequeñez, mi vanidad, mi bajeza, mis debilidades... me siento como un trapo sucio y asqueroso. Y al mismo tiempo una gran paz y amor. Dios me quiere. No me ha castigado por mis pecados. No me ha dado ninguna patada cuando había pecado. Mi vida toma un giro de 180 grados. Lo importante no es lo que tengo, lo que como o bebo, ni cómo visto, ni lo que poseo. Descubro que mi gran riqueza desde ahora es la experiencia que acabo de recibir de que Dios me ama. Descubro que si Dios me ama así, gratuitamente, sin ningún mérito de mi parte, mi vocación es amar gratuitamente, aunque no se lo merezcan. Si sé revivir esta experiencia de Dios, todo el mundo es digno del amor de Dios y yo debo amar a todos los me rodean.

La misión no es llenar los graneros vacíos de grano de trigo, sino llenar los corazones del amor de Dios... y los graneros se llenarán de trigo. Ser misionero tiene sus raíces en la experiencia personal del amor de Dios difundido entre todos los hombres. Yo no soy un privilegiado del amor de Dios, Todos los hombres son unos privilegiados del amor de Dios. Nuestra pobreza está en que muchos hombres no lo saben, viven de espaldas al amor de Dios.

El Papa Francisco cuando habla de su vocación primera a los 17 años, él se ve reflejado en una pintura. Jesús mira a San Mateo, una mirada misericordiosa. Pero San Mateo es un pecador apegado a su dinero. Pero esta mirada de misericordia va unida a una invitación: dejar todo y seguir a Jesús. Todo esto el Papa lo resume en su divisa episcopal: miserando atque eligendo. Mateo reconoce su situación de pecador, pero esto no impide que Dios le ame y le invite a compartir su intimidad como apóstol. Lo mismo le pasó a San Pedro cuando reconociendo su situación de pecador dice a Jesús: apártate de mí que soy un pecador. Y Jesús como respuesta, le invita a ser pescador de hombres. San Pablo se reconoce como un perseguidor de la Iglesia, pero que Dios ha amado y escogido para ser su apóstol.

No se puede invitar a los otros a amar a Dios, si uno no se ha sentido nunca tiernamente amado por Dios. La vocación misionera es una respuesta a la experiencia del amor que tenemos del amor de Dios. Es esta experiencia la que nos da las motivaciones para ser misionero y la manera de invitar a los que nos rodean a dejarse amar por Dios. La comunidad se crea porque juntos sabemos mirar a Dios y empaparnos con su amor por nosotros y por todos los hombres. El que no se siente amado por Dios no puede ser testigo de su amor.

Sentir la misma mirada paterna de Dios nos hace a todos hermanos.

Germán Arconada, misionero palentino de la Congregación de los Padres Blancos que desarrolla su misión en Burundi

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