domingo, 10 de marzo de 2013

¿La renuncia un papa enfermo?

Hay temas que a uno se le escapan. No tenemos ni la preparación, ni la formación, ni el talento para tocar determinados temas... Y es mejor tomar palabras prestadas. Un buen préstamo es el que nos hace el jesuita James Martin, que publicaba lo siguiente en America Magazine, el pasado 11 de febrero:

¿Debería poder renunciar un papa enfermo? Para Juan Pablo II, la imagen del papa anciano y doliente tuvo un valor espiritual para su grey; para Benedicto XVI, ante todo es preciso cumplir bien un cometido. El discernimiento es siempre algo muy personal y es bueno caer en la cuenta de cómo dos hombres de profunda espiritualidad pueden tomar decisiones completamente distintas. Dios habla de forma diferente a personas diferentes incluso al enfrentarse a una misma cuestión.
 
En la vida de los santos, por ejemplo, vemos situaciones similares. Cuando san Francisco de Asís tuvo que afrontar una dolorosa enfermedad ocular, contraída, en opinión de aquellos médicos por derramar demasiadas lágrimas durante la Eucaristía, el santo prefirió persistir en aquellas prácticas de piedad. Sin embargo, cuando a san Ignacio le sucedió algo parecido, decidió seguir el consejo de los médicos y replanteó sus devociones, de modo que le permitieran tener suficiente salud como para ejercer bien su trabajo. Ambos habían respondido a lo que ellos creían que la voluntad de Dios trataba de inspirar en sus vidas. El papa ha hecho gala también de una gran libertad espiritual en su renuncia, lo que san Ignacio llamaba ser libre frente a los “apegos desordenados”. Poco usual es hoy, desde luego, el ejemplo de quien renuncia voluntariamente a un poder semejante.

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