¿Ayunar hoy? Una tradición con hondas raíces en la Iglesia y que ahora, en cuaresma, se pone en práctica en muchas de nuestras parroquias y comunidades. A veces las tradiciones necesitan traducciones, y una buena traducción del ayuno puede ser vivir con sencillez, de una manera modesta y digna. Y con la plenitud que da ese modo de vivir.
En nuestras sociedades no todo son bendiciones para la cultura del consumo, del éxito individual o de las apariencias. La intuición y la experiencia nos están diciendo a mucha gente normal y corriente que no por tener para derrochar o para tener lo último estamos por dentro mejor, que la verdadera calidad pasa también por una vida vivida con otro tipo de ilusiones y satisfacciones. Aunque no es un fenómeno de masas, cada vez son más las personas que intentan poner en el día a día el gusto de los estilos de vida sencillos. No son personas extraordinarias. No necesariamente tienen grandes planteamientos, no siempre lo razonan, a veces simplemente lo viven. Les nace ser así o deciden ser así y sienten que les va bien.
Qué bien nos vienen esas personas que experimentan cómo las relaciones amistosas, cariñosas, generosas o solidarias, les llenan la vida más que las últimas ofertas de los escaparates. Esas personas que prefieren vaciar el corazón de tantas cosas innecesarias y llenarlo de la riqueza de la cercanía y de las relaciones humanas.
Qué bien nos vienen las personas que se van adentrando por los caminos de la paz interior, de la aceptación propia y de la de los que les rodean y viven con necesidad de menos cosas. O de esas otras que prefieren saborear el valor de lo que tienen antes que vivir movidos por la ansiedad de consumir. Es mucha la gente que se da cuenta de que estamos más necesitados de silencio y profundidad que de cosas.
Qué bien nos vienen esas personas que se valoran a sí mismas más por lo que son que por lo que tienen. Su seguridad no es vivir con mucho. Su confianza pasa por sus convicciones y creencias, por sus valores humanos, por su fe, por su fuerza interior y la de las personas que quieren. Porque no andan escasos de estas vivencias no corren a llenarse de apariencias.
Qué bien nos vienen las y los que tienen desarrollada la capacidad de admiración. Saborean los múltiples regalos que la vida, la naturaleza, los otros... les proporcionan. Su vida, sin grandes cosas, les sabe a plenitud. Disfrutan mucho más que aquellos que, estando rodeados de los más variados obsequios de la vida, no se enteran, parece que nada tienen, que Dios y la vida y los otros aún les deben casi todo.
Qué bien nos vienen esas personas que viven en el respeto y el cuidado de la naturaleza, sin sentirse los dueños de ella, que ven como la cosa más normal del mundo reciclar y hacerlo correctamente, que reducen consumos innecesarios y no desperdician la comida, la ropa o la luz. Que, conscientes de las inmensas desigualdades y de la mucha gente no tiene para comer, “viven sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir”.
Algo de esto nos dice el papa Francisco en la encíclica Laudato si’ cuando nos propone un cambio de vida hacia mayor sencillez. Lo hace después de reflexionar sobre los grandes problemas ecológicos, sobre sus repercusiones actuales en los más pobres y futuras en todos, y sobre la responsabilidad que en ellos tenemos en nuestras sociedades derrochadoras. Suyas son estas palabras:
«La espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo. Es importante incorporar una vieja enseñanza, presente en diversas tradiciones religiosas, y también en la Biblia. Se trata de la convicción de que “menos es más”».
Delegación de Pastoral Social
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