Se dice por ahí que “la venganza y el cangrejo de río, se sirven en plato frío”. ¿Usted no lo había oído? Pues se dice, se escribe y -lo que es peor- se practica.
O sea, que si yo entiendo bien este desdichado refrán, lo que se nos quiere decir es que la venganza es algo normal; pero que tenemos que aprender a servirla como un plato aparentemente atractivo, bien cocinado y... ¡con veneno disimulado! Sobre todo, poniendo distancia, en frío, no actuando en el momento del supuesto agravio.
Vivimos tiempos retorcidos, maquiavélicos, de venganzas frías, sordas y traperas. En vez de aconsejarnos y ayudarnos para desterrar, en aras de la paz social, las venganzas y odios que tantos ríos de sangre provocan, lo que se nos dice es que hay que ser listos y saber cocinar fríamente los platos de la revancha, antes de ofrecerlos. Algo así como una receta de “master-chef”. Todo, bien servido. En mesa elegante. Con manteles bordados y cubertería de plata, para que el enemigo pique mejor el anzuelo. ¿Así se piensa resarcir la justicia agraviada? ¿Es esto lo que se lleva hoy? ¿Venganzas frías, como el gazpacho en el verano?
En los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, se habló mucho, después de aquellas dos terribles guerras mundiales, de la “guerra fría” entre Estados Unidos y la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Hoy -según dicen- norteamericanos y rusos son amigos. Aunque no demasiado; se espían con el rabillo del ojo. Pero vuelven todas las guerras: las frías y calientes; vuelve la guerra a plazos y la guerra a traición; vuelven las amenazas y el plato frío de la venganza a cualquier hora.
La pauta la marcan, en lo más cotidiano y familiar, los clubes de fútbol, los partidos políticos (aunque estos utilizan mucho la daga florentina) y los macarras finos de la “jet society”. Porque otra cosa estos señores no sabrán hacer, pero en llevarse dineros ajenos y administrar sus particulares odios, son pioneros.
Nos dejó dicho Jesucristo: “Habéis oído que se dijo ‘¡venganza!’, ‘¡ojo por ojo!’; pero yo os digo ‘perdonad’, ‘no seáis rencorosos’, ‘no devolváis mal por mal’...”. O lo que es lo mismo: “Arreglad vuestras diferencias por caminos de diálogo”. Y una razón de sentido común: “Si amáis a los que os aman, ¿qué hacéis de extraordinario?”. Bien por el Maestro. Aunque poco hemos aprendido...
¿Pero cómo se ama al enemigo? ¿No nos sobra ya con amar a los amigos? ¿Hay alguna receta?
Sí, hay una: se debe empezar por “desarmarlo”. Tu enemigo quiere que te armes y que embistas. Lo mismo que él hace contigo. No caigas en la trampa que él te tiende; no hagas tú lo mismo. ¡Detente ante el insulto, y no respondas! Quien sabe administrar el silencio ante la injuria, quien devuelve bien por mal... está colaborando a levantar el edificio de una civilización que se llama la civilización del amor, la civilización de la verdadera justicia. ¡Esta es la civilización cristiana! Lo mejor de la Iglesia se ha construido así, con el evangelio del perdón...
Pero, en fin, hoy algunos listillos nos quieren convencer de que ¡adelante con la venganza! Eso sí, que no se note demasiado, que no sea sangrienta ni salpique, que no se administre como una bebida caliente. Se nos dice que “la venganza se toma fría”, y que no es necesario acalorarse para asestarle a otro un golpe bajo.
La venganza -hay que proclamarlo alto- no se sirve ni se toma de ninguna manera: ni en caliente, ni en frío.
La venganza es un veneno mortal.
Eduardo de la Hera
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