Fray Domingo, ve cerca el ocaso de su vida, y solo piensa en gastar las pocas fuerzas que le quedan, al servicio de la predicación de la Buena Noticia. En mayo de 1220, apenas le queda un año y tres meses de vida, pero su querido convento de Bolonia está lleno de vida y de alegría por el encuentro de más de treinta delgados, elegidos por sufragio universal, llegados de España, Provenza, Francia, Lombardía, Hungría, Roma, Dinamarca... Estamos ante el primer Capítulo General de la Orden.
Domingo quiere afianzar y cimentar la vida común y la misión de la predicación. Quiere dejar el gobierno a otro, no se lo permiten y manda nombrar cuatro “definidores” que dirijan del Capítulo. No quiere interferir.
La Orden se organiza desde los conventos, fundamento y “célula” de decisión. Sólo el Capítulo General, integrado por representantes de toda la Orden, puede legislar. A esto se le une un prelado mayor que se llamará Maestro de la Orden, que ostenta el poder ejecutivo, y recibe el voto de obediencia inmediata, de cada uno de los frailes.
Con estas bases canónicas, se empieza a trabajar, y el Maestro Domingo, es un fraile más en la asamblea capitular. Esto no ha cambiado hasta hoy. Se reguló el noviciado, la formación de los frailes, y la predicación acompañada de pobreza evangélica según el modelo apostólico elegido en 1216. No se percibirán rentas, ni propiedades, se prohíbe negociar con dinero en el ámbito de la misión, se prohíbe viajar a caballo. ¿No era esto lo que se quería destacar como revulsivo contra la “iglesia oficial”?
Las nuevas constituciones y la regla de san Agustín, se elaboran, y Domingo inspira algunos los textos, pero deja libertad de redacción al Capitulo, como máximo órgano de gobierno.
Al concluir el capítulo, los frailes vuelven a sus conventos, y se llevan, entre otros, este texto inspirado por Domingo de Guzmán: «A los que son aptos para la predicación, partiendo después de recibir la bendición, en todas partes, como varones que desean su salvación y la de los demás, pórtense honesta y religiosamente como hombres evangélicos, siguiendo las huellas de su Salvador, hablando consigo y con los prójimos, con Dios o de Dios. Yendo a desempeñar dicho oficio de la predicación o viajando por otros motivos, no tomarán ni llevarán oro, plata, dinero u otros regalos, excepto la comida, el vestido y la ropa necesaria y los libros. Todos los que están consagrados al oficio de la predicación o al estudio, no tengan cuidado o administración alguna de las cosas temporales, para que puedan más libremente y mejor cumplir el ministerio que se les ha encargado acerca de las cosas espirituales...».
Fray Luis Miguel García Palacios, O.P.
Subprior del Convento de San Pablo
Subprior del Convento de San Pablo
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