En la Navidad siempre nos sorprende Dios abrazado a sus hijos. Y nos reconcilia con los pequeños y con lo pequeño. Dios se abraza a nosotros, cuando nos hacemos niños.
Habría que hacer una permanente campaña decisiva e incisiva para “desmontar” la falsa Navidad que nos invade. Una campaña que nos lleve a pregonar hasta enronquecer lo que se celebra en estas fechas. Porque son muchos los que ya no saben lo que los cristianos celebramos estos días.
Los judíos, en la reunión familiar de la cena de Pascua, se preguntan por lo que celebran. El más pequeño de la casa hace “memoria histórica” y relata la salida de Israel de Egipto, tal y como la cuenta el libro del Éxodo, porque esto es precisamente lo que celebran en Pascua: el paso liberador de Dios por su vida.
¿Qué celebramos en la Navidad? Respondámonos, como los judíos, en voz alta. Sin complejos. Digámoslo alto y claro. Sepamos lo que celebramos. “¿Qué celebras, niño?” “No sé, supongo que las vacaciones, los regalos de Papá Noel, o esos días en que las familias se reúnen...”.
Dicen que, hoy día, nos hemos vuelto muy divertidos y muy poco celebrativos. En Navidad se busca el pueblo del abuelo (si hay nieve, mejor, parece más Navidad) o las estaciones de los “deportes de invierno”: por ejemplo, el esquí.
Pero en Navidad, ante todo, celebramos el nacimiento de Jesucristo. O sea, una fiesta mayor entre las fiestas cristianas mayores. Por eso nos reunimos en torno a la mesa familiar. Y hasta con regalos intercambiados.
Los cristianos celebramos, a lo largo del año litúrgico, los misterios de la vida de Jesucristo. Y en la Navidad celebramos su entrada en este mundo de tormentas y crisis, vividas a distintos niveles y de manera muy diversa.
Celebramos al Hijo de Dios hecho hombre. O sea, a Dios entre nosotros, que esto significa “Emmanuel”: Dios, acampado en esta tierra.
Un Dios, solidario con el hombre. Un Dios nuestro y para nosotros. Es mucho lo que celebramos, ¿verdad?
Por cierto, como ha dicho el Papa Francisco, la presencia de este Dios-Niño en medio de la humanidad no se realiza en un mundo ideal, idílico o idealizado, sino en un mundo real, marcado por muchas cosas buenas y malas, marcado por divisiones, maldad, pobreza, prepotencias y guerras.
Él eligió habitar entre nosotros, pasar por nuestra historia así como es, con todo el peso de sus límites y dramas. Sin duda que lo hizo para mostrar su inclinación hacia la misericordia y el amor ¿No es Él, acaso, “Dios-con-nosotros”? ¿No se llama a Jesús el Emmanuel?
Por tanto, celebramos mucho más que el solsticio del invierno. Celebramos infinitamente más que la fiesta del intercambio del regalo. He oído decir esta estupidez: “En mi casa los reyes magos no traen regalos porque somos republicanos; los trae Papa Noel”. Supongo que a su niño de usted le dará lo mismo, ¿no?
Desde luego, no celebramos sólo la fiesta de los regalos. No celebramos “la mejor cena al precio más económico”. No celebramos el encendido de luces callejeras. Que nadie aproveche estas fiestas para subir los precios, ni para colarnos publicidad engañosa, ni para echarnos encima una ducha de inaguantable propaganda consumista.
Navidad es lo que la Navidad, de suyo, celebra: la fiesta de “Dios con nosotros”.
Eduardo de la Hera
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