No es la primera vez en que, desde Pastoral Social, nos remitimos a un escrito de la Tradición de la Iglesia. En esta ocasión escogemos a san Agustín. Su texto nos remite al doble precepto de la caridad, una nota que hace del cristianismo una religión “diferente”. Ninguna otra conecta el amor espiritual y el mundano de modo tan natural. Y esto es así gracias a la encarnación, a la Navidad: nuestro Dios no huye de lo material, lo asume para darle un sentido. Dejemos que se exprese San Agustín en su Tratado 17 sobre el Evangelio de San Juan:
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“Vino el Señor mismo como doctor en caridad, rebosante de ella, compendiando como de Él se predijo, la Palabra sobre la tierra. Y puso de manifiesto que tanto la ley como los profetas radican en los dos preceptos de la caridad.
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“Vino el Señor mismo como doctor en caridad, rebosante de ella, compendiando como de Él se predijo, la Palabra sobre la tierra. Y puso de manifiesto que tanto la ley como los profetas radican en los dos preceptos de la caridad.
Recordad conmigo, hermanos, aquellos dos preceptos. [...] deben permanecer siempre grabados en vuestros corazones. Nunca olvidéis que hay que amar a Dios y al prójimo: a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser; y al prójimo como a ti mismo.
He aquí lo que hay que pensar y meditar, lo que hay que mantener vivo en el pensamiento y en la acción, lo que hay que llevar hasta el fin. El amor de Dios es el primero en la jerarquía del precepto, pero el amor del prójimo es el primero en el rango de la acción.
Porque tú, que todavía no ves a Dios, amando al prójimo haces méritos para verlo; con el amor al prójimo aclaras tu pupila para mirar a Dios, como dice Juan: «Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve». Que no es más que una manera de decirte: ama a Dios.
Y si me dices: «Señálame a quién he de amar», [...] para que no se te ocurra creerte totalmente ajeno a la visión de Dios, Dios -dice Juan- es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios. Ama por tanto al prójimo, y trata de averiguar dentro de ti el origen de ese amor; en él verás, tal y como ahora te es posible, al mismo Dios.
Comienza, pues, por amar al prójimo. Parte tu pan con el hambriento, y hospeda a los pobres sin techo; viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne. ¿Qué será lo que consigas si haces esto? Entonces romperá tu luz como la aurora. Tu luz, que es tu Dios, tu aurora, que vendrá hacia ti tras la noche de este mundo; pues Dios ni surge ni se pone, sino que siempre permanece.
Al amar a tu prójimo y cuidarte de él, vas haciendo tu camino. ¿Y hacia dónde caminas sino hacia el Señor Dios, el mismo a quien tenemos que amar con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser? Es verdad que no hemos llegado todavía hasta nuestro Señor, pero sí que tenemos con nosotros al prójimo. Ayuda, por tanto, a aquel con quien caminas, para que llegues hasta Aquel con quien deseas quedarte para siempre”.
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Bueno, sobran más palabras: parece que no tenemos excusas. ¡La gloria a Dios en el cielo... cuando la paz y la justicia reinan en la tierra! ¡Feliz Navidad!
Asier Aparicio
Pastoral Social
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