No es Dios quien condena a los hombres. Es el mismo hombre quien rechaza el amor misericordioso de Dios y renuncia voluntariamente a la vida (eterna), excluyéndose de la comunión con Dios [1036-1037].
Dios desea la comunión incluso con el último de los pecadores; quiere que todos se conviertan y se salven. Pero Dios ha hecho al hombre libre y respeta sus decisiones. Ni siquiera Dios puede obligar a amar. Como amante es «impotente» ante alguien que elige el infierno en lugar del cielo.
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