Vivir sin raíces paga su peaje en valores humanos. Uno puede residir en un lugar sin que se sienta íntimamente vinculado a él. Entonces es cuando te puedes sentir solo, a la intemperie, desenraizado. Les ocurre, hoy, a no pocos emigrantes. Pero también a los que, buscando un trabajo estable, se mueven constantemente de un sitio para otro, aunque no tengan que salir fuera de su país.
Nunca como ahora las personas han cambiado tanto de sitio. Hace poco, les decía a ustedes, en esta sección, que las vacaciones suelen ser el termómetro que mide los niveles de ansiedad que padecemos. ¿Por qué determinada gente se mueve tanto, cuando llegan los días de descanso?
Algo tiene que ver con el desarraigo que padecemos, este fenómeno de “salir a la carretera”. Horas y horas, haciendo kilómetros. ¿Huyendo de qué? ¿Yendo hacia dónde? Aunque nos cansemos mucho, el caso es “moverse”. Como los hebreos, en el desierto de aquel interminable éxodo que les conducía al sueño de una Tierra que manaba “leche y miel”.
Nunca como ahora las personas han cambiado tanto de sitio. Hace poco, les decía a ustedes, en esta sección, que las vacaciones suelen ser el termómetro que mide los niveles de ansiedad que padecemos. ¿Por qué determinada gente se mueve tanto, cuando llegan los días de descanso?
Algo tiene que ver con el desarraigo que padecemos, este fenómeno de “salir a la carretera”. Horas y horas, haciendo kilómetros. ¿Huyendo de qué? ¿Yendo hacia dónde? Aunque nos cansemos mucho, el caso es “moverse”. Como los hebreos, en el desierto de aquel interminable éxodo que les conducía al sueño de una Tierra que manaba “leche y miel”.
Por otra parte, el hecho de haya entrado en las casas el ordenador o “computer”, no quiere decir que los niños, por la facilidad que tienen de “navegar” por el mundo, se hayan hecho más sociables, más críticos y emprendedores. Ni más amantes de su tierra, menos desarraigados. Los jóvenes, hoy, no tienen tierra. Ni raíces, ni paisaje con los cuales identificarse. Son ciudadanos de muchos sitios. O de ninguno.
Las nuevas tecnologías han fomentado el individualismo, la evasión y el cascarón de una cultura muy superficial. Con el ordenador y la telefonía móvil se viaja mucho, y no se está en ninguna parte. Es una pena ver “colgados” de la nada a tantas personas que viven en un mundo irreal o sólo virtual. La personalidad, así, se diluye en la inconsistencia. Los árboles que no tienen raíces o son muy flojos o terminan por caer al empuje de los vendavales. Ocurre cuando se vive sin identidad ni convicciones: o sea, a la intemperie, con las raíces fuera de la tierra.
¿Qué respuesta estamos dando a este problema desde la Iglesia?
El sentido de pertenencia a una parroquia o comunidad cristiana está cambiando. Los hijos llevan a bautizar a sus retoños a la parroquia donde viven sus padres y abuelos, no allí donde ellos residen, porque tienen la impresión de que donde residen están de paso. Te dicen (y están en lo cierto) que, como los trabajos son tan movibles, solo Dios sabe a dónde los trasladarán mañana. Así las cosas, no pocos matrimonios jóvenes viven mirando constantemente al hogar de sus padres: desean tener un lugar de referencia, una casa donde volver y sentirse seguros.
En fin, que deberíamos hacer un discernimiento serio, sereno y cristiano de todo el problema de desenraizamiento en que vivimos.
Son las luces y sombras de un mundo no apocalíptico, pero que cambia a pasos agigantados. No es este el peor de los mundos. Pero sospecho que todo ello tiene que ver -como ha dicho el Papa Francisco- no tanto con una época de cambios, sino con un “cambio de época”.
Lo peor sería que nos cogiera con el “paso cambiado” a obispos, curas y seglares. Debemos frotarnos los ojos para ver por dónde viene nuestro Dios y su Palabra en este nuevo Adviento que vivimos. Una nueva hora de la historia, caracterizada, entre otras cosas, por el desenraizamiento y la ausencia de valores permanentes. Aunque también debamos sentirnos invitados a abrirnos a lo nuevo, en un mundo variado y diverso.
Eduardo de la Hera
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