Siendo párroco de Almodóvar del Campo, villa donde nació san Juan de Ávila, tuve la gran suerte de asistir a la Misa de Canonización del santo. Presidía el papa Pablo VI, y en el ofertorio le ofrecí dos palomas blancas, en una jaula muy sencilla.
Ya desde niño tenía una especial atracción por las palomas, pues mis padres tenían un palomar en pleno campo. Como, al ser labrador, había ganado en casa y terneros y potros de las yeguas. También en casa de los padres de San Juan de Ávila, casa de labranza, había aves y animales.
No tiene nada de extraño que en los sermones y escritos del Santo, abunden los ejemplos acudiendo a las aves y animales. A una monja la escribe: “Os conviene, señora, echar de vos lo visible si queréis gozar de lo invisible; dejar si queréis recibir. Vaso sois, echad toda la hiel y recibiréis miel. Que a los gavilanes que crían para cazar buenas aves, les cierran los ojos ante las aves de poco valor”.
En otra carta, a una doncella atribulada, escribe: “Cerrad los ojos a todo aquello que os causa desmayo y arrojaos en las llagas de Cristo. Porque mientras la bestia trajere sus ojos abiertos, nunca sacará agua de la noria, temiendo caer en ella”.
A un sacerdote enfermo le aconseja: “Sea su altar su deseo, su gozo y su descanso como el nido para el pájaro”.
De los elefantes nos dice: “Que así como a los elefantes les ponen delante sangre para que se esfuercen a pelear, así para que la sierva de Cristo sea esforzada, es bien esté presente su Señor y su Amado, para que a ella la crezca el esfuerzo mirando a Él y antes muera que sea cobarde”.
Predicando, decía: “Mal galgo, que siguió a la liebre por el llano, y porque se le entró por unas espinas, deja la liebre y se vuelve sin ella. De esa manera seguís a Jesucristo. Seguís sus pisadas por el llano, amáis sus misericordias, os holgáis con sus consuelos; y porque se mete por las espinas, dejáis a Jesucristo”.
Germán García Ferreras
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