Un día, se presentó en la ventanilla del Ministerio de igualdad de sexos el diablo en persona, bien vestido y aseado (como el diablo sabe hacerlo).
«No vengo a discutir -dijo a la joven funcionaria-, vengo sólo a exigir, ya que en el infierno no hay paridad de sexos, todos somos “diablos”, y estamos aburridos porque no hay “diablas”».
La funcionaria andaba distraída con los papeles de unas solicitudes, reivindicaciones y protestas varias, y ni siquiera levantó los ojos del ordenador que tapaba toda su cara. Solo contestó sin inmutarse: «Hágame una solicitud, y vuelva dentro de tres meses».
El diablo, un poco “mosca”, no acostumbrado a que le contradigan, se sentó a esperar y entonces ideó una de sus tretas en la que es especialista: vestirse de “ángel de luz”. Así que se puso el traje de alto funcionario europeo e insistió en su reivindicación. Cuando la chica de la ventanilla le vio, se asustó, se puso en pie, y casi se cuadró militarmente. Con cara de sorpresa preguntó: «¿Le han enviado a usted de Bruselas?».
«Exactamente, de allí vengo, y le ordeno a usted que cuide lo de la paridad en el infierno». Pero la joven muchacha, rehecha ya de la sorpresa, se armó de valor y se atrevió a replicar al mismísimo diablo: «Oiga, nosotras y nosotros nos ocupamos de las cosas de este mundo; de las del más allá se ocupan en otras ventanillas y ministerios; así que lo que usted exige no es de nuestra competencia».
Pero el diablo nunca se da por vencido y siempre vuelve. Sin moverse del sitio, levantó un poco más la voz y dijo a la chica: «Bueno, pues vengamos a este mundo: ¿Están ustedes trabajando para que en España haya igual número de toreras que de toreros? La lidia iría mucho mejor». «En ello estamos» -contestó, decidida, la sagaz funcionaria.
Pero el diablo, impenitente, continuaba su protesta: «¿Y qué me dicen ustedes del deporte estrella (o sea, del fútbol)? ¿Hay, acaso, paridad? ¿Hay paridad en el ciclismo?»
La pobre muchacha no salía de su asombro. Empezaba a cansarse, y se frotaba los ojos dudando de sí misma y de la situación esperpéntica que estaba viviendo. ¿No sería “aquello” un sueño o una incómoda aparición?
Pero el diablo, al ver a la pobre mujer un poco aturdida, aprovechó para atacar de frente. «¿Es usted católica?» -preguntó, decidido. La muchacha contestó: «¡No se atreva usted ni a dudarlo! Estoy bautizada y me casé con todos los papeles en regla!».
Y viendo por dónde iba a contrarreplicar aquel alto funcionario, la chica no le dejó continuar y levantó la voz para decir: «En mi parroquia las mujeres trabajamos más que los hombres. Estamos en todos los sitios: somos catequistas, lectoras, participamos en los consejos, y hasta barremos la iglesia. ¿Hay quien dé más por menos?».
«Todo eso está muy bien» -dijo el diablo. «¿Pero han reivindicado ustedes el último escalafón? ¿Han pensado ustedes en que podrían ser presbíteras y obispas?». El diablo, entonces, esbozó una sonrisa irónica, y, seguro de su triunfo, apuntó en su rostro un rictus diabólico y... ¡desapareció! La chica volvió a sus papeles en el departamento del Ministerio de igualdad, y ya empezaba a tranquilizarse, pensando en un mal sueño, cuando la compañera del otro departamento hizo acto de presencia. «Oye -le dijo-, ¿por qué no abres la ventana? Huele a azufre que apesta. ¿A quién has recibido esta mañana?». «No sé, ha venido un señor que se ha presentado como enviado de Bruselas. Me ha dicho cosas muy raras. Mejor que ni te las cuente».
Y las dos se fueron, como todos los días, a tomar un cafetito al bar de la esquina.
Eduardo de al Hera
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