Dios y los dioses casan mal. Decía Tagore que una lámpara de barro no puede medirse con el Sol. Es evidente, cuando sale el Sol, se apagan las estrellas. No lucen. O sí, pero no se las ve. El Sol lo llena todo. Los dioses terminan por palidecer al lado del que es Dios de dioses y Señor de los que dominan.
Proclama el Salmo que los dioses “tienen ojos, pero no ven; oídos, pero no oyen...”. Son ídolos con pies de barro. Su corazón está seco. Puede parecernos que todo lo controlan y vigilan; pero no pueden adueñarse del alma humana. Al menos, no pueden penetrar hasta el fondo del ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios.
Proclama el Salmo que los dioses “tienen ojos, pero no ven; oídos, pero no oyen...”. Son ídolos con pies de barro. Su corazón está seco. Puede parecernos que todo lo controlan y vigilan; pero no pueden adueñarse del alma humana. Al menos, no pueden penetrar hasta el fondo del ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios.
Cuando alguien ha conocido al Dios viviente (o le ha permitido entrar en su vida), cuando alguien ha saboreado la intimidad con este Dios, se avergüenza de los dioses del poder por muy fuertes y atractivos que se muestren. Ellos vencen, pero no convencen.
Nietzsche hablaba del “ocaso de los dioses”: levantaba acta de la “muerte de Dios”, sobre todo en Occidente. Pero el verdadero Dios, el Padre de Jesucristo, goza de buena salud. Aunque la vieja cristiandad, según parece, permanece en cuidados intensivos. ¿Por qué? Por lo que decía también Nietzsche: “Las sombras de la increencia religiosa avanzan, y amenazan con extenderse por toda Europa”. Pero Dios sigue ahí, esperándonos cada mañana. Paciente, cubierto de rocío.
A Schiller en sus “Poesías filosóficas” le parecían muy bellos los dioses de Grecia. Lo eran en tanto que inspiraban obras de arte. Pero los dioses contemporáneos no inspiran arte; sólo generan desastres. Véanlo ustedes mismos. Comprueben lo que pasa con el dinero, el poder y la ambición, cuando se encumbran y convierten en dioses absolutos. Tenía razón el estructuralismo filosófico, cuando después de la “muerte de Dios” anunció la “muerte del hombre”. Y es que los dioses, como el Moloch antiguo, necesitan sacrificios humanos. Ya los tienen. Hoy, la vida, unida a la salud moral y espiritual del hombre, vale poco. En ciertos lugares, nada.
Pero Dios es uno. Y nada puede compararse a Él. Decía el teólogo Karl Barth que todos los conservadurismos y progresismos viven de ideologías y mitologías, incluso de religiones enmascaradas y hasta declaradas. Sí, solo hay un Dios. Y es celoso: “No tendrás otros dioses fuera de mi”. Y sin embargo, la tentación politeísta sigue ahí, tan vieja como el hombre. La misma ciencia, de suyo tan casta, humilde y buena, si se metamorfosea en cientifismo, puede llegar a erigirse en diosa de muchos mundos. Pero todos los dioses terminan desenmascarados. Y acaban muriendo. Pasan como meteoros.
Frente a Dios solo viven sus criaturas. Y para los auténticos y avisados creyentes, solo Dios cuenta. Por mucho que los falsos dioses se empeñen en tener carta de ciudadanía. Por muchos templos y hasta catedrales que intenten levantarse a sí mismos, no durarán siempre. Paseaos por Roma y veréis: de los templos paganos, al final, solo quedan ruinas. Las mismas instituciones religiosas deben andar con los ojos bien abiertos para no confundir a Dios con los templos. O con sus ritos y organizaciones. De todo ello no quedará piedra sobre piedra. Ya nos lo avisó el buen Maestro...
Líbranos, Señor, de caer en el viejo (y nuevo) pecado de idolatría. Tan viejo como el pecado de Adán y Eva, engañados -¡pobrecillos!- porque iban a ser dioses. Y tan nuevo -ya lo veis- como ciertos excesos de la política (también de la religiosa) y sus parafernalias.
Líbranos, Señor, de adorar criatura o institución alguna.
Eduardo de la Hera
No hay comentarios:
Publicar un comentario