Uno de los hechos más graves acontecidos en Europa durante
los últimos decenios ha sido la interrupción de la transmisión de la fe
cristiana en amplios sectores de la sociedad. Perdidos, olvidados o desgastados
los cauces tradicionales (familia, escuela, sociedad, cultura pública), las
nuevas generaciones ya no tienen noticia ni reconocen signos del Dios viviente
y verdadero o de la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo por
nosotros1. Necesitamos, por lo tanto, revisar lo que estamos haciendo y buscar
cauces nuevos para una necesaria renovación de la catequesis.
Es lo que intenta el nuevo Plan Pastoral Diocesano
2011-2016, por ejemplo, cuando pide a la Iglesia palentina “trabajar un nuevo modelo de
Iniciación Cristiana, que supere la sola respuesta con ocasión de los
sacramentos, con diversos itinerarios para situaciones religiosas distintas,
con ofertas de catequesis familiar y catequesis intergeneracional, etc...”. El
Proyecto Diocesano debería, por lo tanto, cumplir un doble servicio: a) Un
proceso de iniciación cristiana, unitario y coherente, para niños, adolescentes
y jóvenes, en íntima conexión con los sacramentos de la iniciación ya recibidos
o por recibir (bautismo, primera comunión, confirmación) y en relación con la
pastoral educativa; y b) Un proceso de catequesis para adultos, ofrecido a
aquellos cristianos que necesiten fundamentar su fe, realizando o completando
la iniciación cristiana inaugurada o a inaugurar con el Bautismo. Renovación,
pues, de lo que veníamos denominando “catequesis de primera comunión” y
“catequesis de confirmación”, tratando de colmar el vacío existente entre una y
otra.
El niño toma la primera comunión a las 8-9 años y no vuelve
a la Iglesia,
en el mejor de los casos, hasta los 15-16, para prepararse para la
confirmación. Un proceso unitario haría que ambos catecumenados formasen uno
sólo, asegurando así la permanencia del niño en la Iglesia durante todo el
proceso de su iniciación cristiana. Este cambio de planteamiento, como es
natural, necesitará tiempo y valentía para implantarlo, ya que la inercia de muchos
años provocará reticencias e, incluso, hostilidad.
Otra de las propuestas aprobadas en el Plan de Pastoral dice
así: “Cuidar la armonía de las cuatro dimensiones: intelectual, orante,
celebrativa y comprometida. Desde ahí replantear seriamente los métodos de la
catequesis”. Esto mismo afirma el Directorio general para la catequesis,
documento de la Santa Sede
de 1997 cuando afirma: “La finalidad de la catequesis se realiza a través de
diversas tareas, mutuamente implicadas. Para actualizarlas, la catequesis se
inspirará ciertamente en el modo en que Jesús formaba a sus discípulos: les
daba a conocer las diferentes dimensiones del Reino de Dios («a vosotros se os
ha dado a conocer los misterios del Reino de los cielos» [Mt 13,11]), les
enseñaba a orar («cuando oréis, decid: Padre...» [Lc 11,2]), les inculcaba las
actitudes evangélicas («aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» [Mt
11,29], les iniciaba en la misión («les envió de dos en dos...» [Lc 10,1])”.
Así, pues, la catequesis no sólo debe enseñar la doctrina
cristiana, sino también enseñar a rezar a los niños, celebrar la eucaristía con
ellos, tratar que su comportamiento vaya pareciéndose al modelo que tenemos en
Jesús y, finalmente, enseñarles a ser transmisores de esa misma fe a los otros
niños de su alrededor.
Y es que, resumiendo, el fin definitivo de la catequesis es
poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo.
Toda la acción evangelizadora busca favorecer la comunión con él. Por eso, los
Obispos españoles hemos redactado un nuevo catecismo para niños, “Jesús es el Señor”, que por su
sencillez, concreción, integridad, orden y exactitud, es el instrumento
adecuado para la educación en la fe y para que los destinatarios acojan esta fe
en su corazón, en su memoria, y la expresen en un mismo lenguaje.
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