jueves, 20 de octubre de 2011

Consejero de Santa Teresa

Estamos en octubre, mes que la Orden del Carmelo dedica a Santa Teresa de Jesús. En nuestros tiempos se repite la frase “yo no aconsejo, cada uno es libre”; o bien la otra “no quiero responsabilidades”. Sin embargo, San Juan de la Cruz afirma que es necesario el director espiritual para vivir intensamente la fe.

De San Juan de Ávila dice un historiador: “Fue el español más consultado en su época”. Demostró que era sabio en la Universidad de Salamanca y Alcalá de Henares. Y santo, viviendo profundamente el silencio, la soledad, la oración y penitencia. Fue consejero de Reyes, de Obispos, de sacerdotes, religiosos y religiosas. De ricos, muy ricos y de pobres, muy pobres. De enfermos en el cuerpo y en el espíritu.


Aconsejó a San Ignacio de Loyola, San Pedro de Alcántara, San Francisco de Borja, San Juan de Dios, San Juan de Ribera, Fray Luis de Granada... Muy singularmente Santa Teresa buscó su consejo. Tanto es así, que cuando escribió, por obediencia, el libro de su Vida, exigió que no se publicara sin que antes lo leyese y aprobara el Maestro Ávila.

A primeros de junio de 1562, Santa Teresa escribe al P. García de Toledo: “Suplico a vuestra merced mande el libro a el Padre Maestro Ávila, pues con ese intento lo comencé a escribir. Como a él le parezca voy por buen camino quedaré muy consolada, que ya no quedaré más para hacer lo que es en mí”.

El 12 de septiembre de 1568  desde Montilla, escribe San Juan de Ávila “a la muy reverenda Madre mía y mi Señora Teresa de Jesús”: “Cuando acepté el leer el libro que se me envió, no fue tanto para juzgar las cosas de él como por pensar que podría yo... aprovecharme algo con la doctrina de él...”.

Cuando santa Teresa se enteró de su muerte, no pudo contener las lágrimas y así lo manifiesta en una de sus cartas. Porque era una de “las grandes columnas de la Iglesia”. Se cruzaron varias cartas que son toda una delicia su lectura.
Germán García Ferreras

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