En la estación de las “primeras comuniones”, nos viene bien a todos recordar algo que, se supone, ya sabemos. Aunque, bien mirado, sabemos sólo aquello que practicamos. Pues bien, ¿en qué se nota que somos “comulgantes”?
Los niños reproducirán lo que vean hacer a los mayores. Y si no nos ven viviendo de una determinada manera, enseguida se olvidarán de lo que significa el gesto de comulgar con Cristo. A los cristianos adultos se nos tendría que ver, preocupados por hacer una comunidad eclesial fuerte, de convicciones evangélicas hondas, comprometida en tareas que tienen que ver con la justicia, la solidaridad y la atención a los más desfavorecidos. La Iglesia que “hace Eucaristía”, se tendría que dejar modelar y orientar por lo que la Eucaristía es y significa. Y la Eucaristía es “comunión”.
Hace años, algunos hicieron un “problemón” con lo de comulgar en la lengua o en la mano, de pie o de rodillas, problemas de ritualismos, muy alejados de eso que la Eucaristía es: la vida. La Iglesia debe cimentarse, ante todo, en lo fundamental: en la fraternidad, en el compartir, en la comunión de vida.
La tragedia del hombre de nuestros días es su aislamiento, su soledad, su individualismo más o menos calculado, buscado o sufrido. Y la gran tragedia es la ruptura de comunión con Dios. Sin Dios, ¿a dónde va el hombre?
Los individuos apenas nos rozamos. Nuestras relaciones son epidérmicas. Por la calle (lugar que debería ser de “encuentro”) pasea, camina, corre cada día, una sociedad de hombres y mujeres (jóvenes y no tan jóvenes) conectada, enchufada a los cables de la música electrónica (o como la llamen). Son la imagen perfecta del individualismo que va por la vida con la mirada perdida o centrada en el propio ombligo. Si quieres preguntar algo, en plena calle, la primera mirada, salvo excepciones, es de desconfianza. Te ponen cara de extraterrestres. ¿Quién será este que se atreve a preguntar?
No pocos, sí, te ponen cara de zombis zumbados. Pero en el “collage” de individuos aislados no se realiza la persona. La condición necesaria para que alguien sea persona (y pueda existir como tal) consiste no en que se vea atrapado, prisionero de sí mismo, sino en que se mire a sí mismo desde el otro, desde el “tú” del prójimo y desde el “nosotros” de la comunidad. El ser humano tiene necesidad de comulgar con los demás. Martín Buber decía que “toda vida verdadera es encuentro”. Y decía más: “Que el yo no existe más que por el tú. Comulgar con Cristo es comulgar con los otros, ya que en los otros está él”.
Y la Iglesia es esto mismo: ámbito o recinto de comunión. ¿Qué es, si no?
Eduardo de la Hera Buedo
No hay comentarios:
Publicar un comentario