En el marco de una Solemne Eucaristía, el Padre Juan Javier Martín Hernández tomó ayer, 8 de mayo de 2012, posesión como Abad de la Abadía Cisterciense de San Isidro en Dueñas. Con esta Eucaristía, culminó, como afirmó él mismo “una fiesta para toda la comunidad y para todos los congregados en el Monasterio”.
Como expresó el Padre Martín, este inicio de su Ministerio Abacial, como todo cambio de Superior en una comunidad religiosa “no es solo asunto de la cabeza que representa al cuerpo y lo preside en nombre de Jesús, sino que afecta a cada una de las partes de este cuerpo. Este cambio afecta a la historia de la Comunidad, y al caminar espiritual de la misma y de todos sus miembros”.
Se hicieron también presentes los Abades de Santa María del Desierto (Monasterio francés de donde llegaron los monjes que fundaron la Abadía palentina) del Monasterio de Santo Domingo de Silos (Burgos), del Monasterio de Leyre (Navarra), y del Monasterio del Valle de los Caídos (Madrid), y los abades y abadesas de todos los Monasterios del Cister en España. Asimismo estuvieron presentes un buen número de sacerdotes, religiosos y religiosas -de vida activa y contemplativa- de nuestra diócesis.
Del ámbito civil, asistieron representantes de las instituciones, y fue numerosa la presencia de fieles, amigos y bienhechores del Monasterio de San Isidro y del de Oseira, de donde procede el Padre Abad.
Partiendo de las lecturas proclamadas -del IV Domingo de Pascua, en las que “la Iglesia celebra a Jesucristo como el Buen Pastor”- el Padre Abad comenzó expresando que “Cristo Resucitado es siempre el modelo de autoridad en la Iglesia, y también en la vida monástica”, y que como señalaba San Benito “el Abad hace las veces de Cristo en el Monasterio”.
Ante la llamada de Pedro -en la primera Lectura- a convertirnos y bautizarnos en nombre de Jesucristo, señaló que “en clave de Nueva Evangelización, también para dentro de los Monasterios, deberíamos dejarnos transformar por el don del Espíritu y atrevernos a hablar con energía y entusiasmo, no desde nuestro ego pobre y miedoso, sino desde el Espíritu que nos pone la palabra y la acción para dirigirnos a los demás”. En este sentido, recordó las palabras de San Benito en las que enseñaba que “el Abad mostrará todo lo que es recto y sano, más a través de su manera personal de proceder... que con sus palabras”.
A partir de la segunda lectura -en la que San Pedro exhorta a la ardua tarea de “soportar el sufrimiento en el camino del bien” en la vocación a la que cada uno haya sido llamado- recordó a San Rafael Arnáiz, cuyos restos descansan en La Trapa, que escribió tantas páginas sobre el “soportar el sufrimiento con paciencia, poniéndonos en manos de Dios, pidiendo a los pies de la Cruz protección, ayuda y consejo”.
Desde el Evangelio que nos habla de Jesucristo como el “Buen Pastor” recordó que “el Ministerio Abacial implica enormemente el dar la vida por las ovejas, hacerse todo para todos, estar disponible siempre y atisbar a ver más allá”.
Terminó su homilía recordando el gran ejemplo de humildad del Papa Benedicto XVI cuando fue elegido Santo Padre: “Queridos hermanos y hermanas, después del gran Papa Juan Pablo II, los cardenales me han elegido a mí, un humilde y sencillo obrero de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con herramientas insuficientes”.
Asimismo, retomó las palabras del Santo Padre en la pasada Misa Crismal, cuando se preguntaba: “¿Realmente la desobediencia es un camino para renovar la Iglesia?”. El Padre Abad, afirmó que “en la configuración con Cristo está el presupuesto de toda renovación... y también para la vida monástica. Para que seamos capaces de ofrecer a la Iglesia un testimonio de vida monacal renovada, antigua y nueva a la vez. Un testimonio en el que obedecer no equivalga a inmovilismo. En el que vayan de la mano siempre el Magisterio, la Comunión con la Jerarquía y la vivencia profunda y verdadera de nuestro Carisma”.
Para finalizar, saludó con cariño al Padre Enrique Trigueros -predecesor en el Ministerio Abacial. Este saludo se extendió a los descendientes de la familia Sánchez Tabernero (fundadores del convento) y la sobrina de San Rafael Arnáiz, todos ellos presentes en la Eucaristía.
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