Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz. 1 de enero 2018
Con un deseo de «paz a todas las personas y a todas las naciones de la tierra» se inicia el Mensaje del Papa Francisco para la 51 Jornada Mundial de la Paz -que celebraremos el próximo 1 de enero de 2018- y que lleva por título “Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz”.
Una paz que es una aspiración profunda de todas las personas, asegura el Papa, señalando que «es el deseo especialmente de aquellos que más sufren por su ausencia». Con esta premisa el Papa recuerda, de manera particular, a los más de 250 millones de migrantes en el mundo que buscan un lugar «donde vivir en paz».
En el Mensaje, el Papa envía un abrazo misericordioso «a todos los que huyen de la guerra y del hambre, o que se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación ambiental». Con este espíritu de misericordia, el Pontífice evidencia que acoger al otro exige un «compromiso concreto, una cadena de ayuda y de generosidad, una atención vigilante y comprensiva, la gestión responsable de nuevas y complejas situaciones que, en ocasiones, se añaden a los numerosos problemas ya existentes, así como a unos recursos que siempre son limitados.
El Santo Padre exhorta entonces a los gobernantes a ejercitar «la virtud de la prudencia» necesaria para que sepan acoger, promover, proteger e integrar, estableciendo medidas prácticas que, «respetando el recto orden de los valores», ofrezcan a los ciudadanos los bienes materiales y espirituales necesarios, garantizando en las comunidades el desarrollo armónico.
El Papa Francisco reitera que conflictos armados y violencia organizada siguen causando el desplazamiento de las poblaciones, pero no es ésta la única causa: porque las personas, dice el Papa, también migran «por el anhelo de una vida mejor» y con el deseo de dejar atrás la «desesperación» de un futuro imposible de construir. Quien no puede disfrutar del derecho de construir su propio futuro, «no puede vivir en paz», asegura.
El Papa habla claramente de quienes fomentan «el miedo hacia los migrantes, en ocasiones con fines políticos» denunciando que en vez de construir la paz, siembran violencia, discriminación racial y xenofobia. Y contrastando esta actitud, invita a mirar las migraciones globales con mirada llena de confianza, como oportunidad para construir un futuro de paz, para todos.
Compasión, no sin prudencia
La compasión, abrir nuestros corazones a los hermanos y hermanas que buscan un lugar seguro para vivir en paz, es esencial, pero no suficiente. Como ha dicho repetidas veces el Papa, la compasión debe ir acompañada de la prudencia, entendida como “el discernimiento capaz de gobernar las acciones humanas”. Acoger verdaderamente a los demás requiere un compromiso concreto y formas efectivas de apoyo para lograr la integración.
La vida familiar es un ejemplo óptimo. Cada miembro de la familia tiene necesidades reales. Los padres deben saber cómo distinguirlas de los caprichos. Los padres “prudentes” responden a las necesidades asignando los recursos sobre esta base. Si los recursos son insuficientes, cambian sus objetivos: no bloquean ni expulsan a los miembros que tienen demasiadas necesidades.
El tema del Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año, es decir, migrantes y refugiados, es parte del cuidado de la casa común que el Papa ha propuesto con tanto vigor y eficacia en la Laudato si’. Los gobernantes tienen la responsabilidad de gestionar situaciones complejas y cambios rápidos, y de asignar recursos limitados. Como en una familia, necesitamos que sean tan compasivos como prudentes, capaces de atención y de cuidado. Deberían tomar medidas prácticas para acoger, proteger, promover e integrar: es su deber hacerlo, dentro de los límites permitidos por el bien común rectamente entendido, así como favorecer la incorporación a la sociedad de los nuevos miembros. Por eso deben tener ante sus ojos las necesidades de todos los miembros de la familia humana y el bienestar de cada persona. Al mismo tiempo, “los inmigrantes no deben olvidar que tienen el deber de respetar las leyes, la cultura y las tradiciones de los países que los acogen”.
Y sí... hay muchos aspectos que pueden -y deben- tratar los gobernantes. Pero también hay una clara invitación a considerar a los migrantes y refugiados como hombres y mujeres que buscan, llevan y construyen la paz.
El misterio es precisamente éste: lo que se les ha denegado en el país de origen, los migrantes ayudan a construirlo allí donde llegan. Ese misterio lo experimentan aquellas comunidades, cristianas o no cristianas que brindan acogida y construyen integración. Con palabras proféticas, el Papa Francisco nos recuerda en el Mensaje que tenemos la capacidad transformar en “talleres de paz nuestras ciudades, a menudo divididas y polarizadas por conflictos que están relacionados precisamente con la presencia de migrantes y refugiados”.
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