La Jornada Mundial del Emigrante nos invita a acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados y es una obligación de todos los que nos sentimos creyentes y tenemos el Evangelio como camino a seguir. La situación actual que vivimos con las personas que huyen de sus países en guerra, de la miseria, de la inseguridad o de la falta de futuro nos tiene que hacer pensar, y empatizar con ellos, porque cualquiera de nosotros podría pasar por esa misma situación. Sólo poniéndose en la piel del otro, podremos entender y acompañar a estas personas.
En la Parroquia de Villamuriel esta situación la han vivido en muchas ocasiones, ahora ha descendido la población inmigrante pero sigue habiendo muchas familias que llegan a nuestra tierra, cargadas de ilusiones y esperanza y con un gran peso de tristeza, miedo e inseguridad.
En Iglesia en Palencia hemos hablado con Idalmis Hernández, una mujer valiente, natural de Cuba que llegó a Villamuriel con su marido y su hijo después de pasar por muchísimas dificultades. Les contamos su historia de vida, que podría ser la historia de cualquiera de nosotros de haber nacido en otro punto del planeta.
Idalmis cursó los estudios de profesora en su país, su marido, ingeniero, vino a España a relizar un máster, pero debido a las dificultades que tuvieron para salir de la isla, cuando llegaron a España, el plazo del máster había concluido. Sin embargo, tuvieron suerte porque desde el principio pudieron conseguir trabajo. El marido de Idalmis trabaja de repartidor y ella, en una empresa de limpieza. Pero hasta conseguir esta estabilidad de la que ahora disfrutan, tuvieron que vivir momentos difíciles.
Viniendo de Madrid sufrieron un accidente. Idalmis tuvo que estar en la UVI, su hijo, Naib también permaneció ingresado pero «gracias al párroco de Villamuriel -por entonces Ángel Aguado- y a los vecinos pudimos salir adelante», comenta emocionada y agradecida Idalmis.
«Ellos nos acogieron, nos escucharon y me ayudaron a cuidar de mi hijo. Los niños del colegio se iban turnando para acompañar a mi hijo, los profesores le ayudaron mucho y gracias a ello, no perdió el curso. Aun conservo una sábana que colgaba del edificio donde ponían ‘Bienvenido Naib’. Se volcó todo el mundo y ahora soy yo la que quiero devolver a mis vecinos toda esa ayuda y acogida que nos realizaron» recuerda Idalmis.
«A través del grupo social de la parroquia colaboro en lo que se necesita, acompañando a los ancianos, repartiendo comida a las familias que más lo necesitan, en la parroquia toda la comunidad inmigrante somos una gran familia. Y gracias a los trabajos que tenemos aquí, podemos ayudar a nuestras familias que no pudieron salir de sus países. En Europa, los padres ayudan a sus hijos, nosotros ahora ayudamos a nuestros padres. Y eso compensa y merece todos los sacrificios que hemos hecho y que seguimos haciendo», concluye Idalmis.
El testimonio de esta mujer debe ayudarnos a tomar la realidad de los emigrantes y refugiados con otra perspectiva, la mirada de la fortaleza, valentía y sufrimiento que viven estas personas que tienen que abandonarlo todo.
Natalia Aguado León
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