jueves, 11 de enero de 2018

¿Cuál es la finalidad de “Las Edades del Hombre”?

Si Dios quiere, próximamente, hacia mayo, se abrirá en Aguilar de Campoo una edición más de la exposición Las Edades del Hombre, con el título y tema de “Mons Dei”, la Montaña de Dios. Y qué mejor lugar para la misma que nuestra montaña palentina y Aguilar como una de las poblaciones de la misma.

Este acontecimiento que tendrá como centros expositivos la iglesia románica de Santa Cecilia y el templo parroquial de San Miguel, y como complemento una corona de iglesias románicas de la zona, “Ecclesia Dei”, la Iglesia de Dios.
 
Esta exposición, que estará abierta hasta mediados de noviembre, ha despertado mucho interés, y es lógico, no sólo entre la población aguilarense y de su zona, sino también en toda nuestra provincia palentina y las otras de Castilla y León, ferias de turismo, medios de comunicación, etc. Todos hemos visto cómo se han movilizado, juntamente con la Fundación Las Edades del Hombre, la Iglesia de Palencia, las autoridades de la Diputación provincial, el Ayuntamiento de Aguilar y otros de la zona, los empresarios, particularmente los hosteleros.
 

Sin duda alguna, un evento como este, como muchas acciones humanas, tiene muchos aspectos en los que detenernos: sociales, políticos, culturales, artísticos, históricos, económicos, religiosos y más concretamente cristianos, católicos y espirituales, por citar solo algunos. Todos tienen su importancia y no se deben obviar ni descartar. Pero cometeríamos un gran error si olvidáramos que la finalidad primaria y fundamental es establecer el diálogo entre la fe y la cultura. Para eso nació la fundación y para eso sigue viva después de más de veinte años y varias exposiciones tanto en Castilla y León como en otras naciones.
 
La Iglesia en Castilla y León, a través de la Fundación Las Edades del Hombre, cuyos patronos son los obispos de las Diócesis de Castilla y León, ha querido y quiere resaltar y subrayar esa relación intrínseca tanto a la cultura como a la fe, porque una cultura que suprima la dimensión creyente, espiritual o religiosa de la misma está mutilando al hombre, como una fe que no se haga cultura, que no se inculturalice, que no se encarne no es plena. Y en particular la fe cristiana que tiene como eje fundamental que el Verbo de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros, compartiendo no únicamente nuestra naturaleza humana sino también nuestra historia concreta con sus avatares, peripecias, alegrías, esperanzas, tristezas y angustias, nuestra vida y muerte para hacernos compartir su divinidad.
 
Nada mejor que recurrir al Concilio Vaticano II para tener una recta compresión de estas dos dimensiones. «Es propio de la persona humana no poder acceder a la verdadera y plena humanidad más que a través de la cultura, es decir, cultivando los bienes y valores de la naturaleza. Por consiguiente, siempre que se trata de la vida humana. Naturaleza y cultura están en la más íntima conexión.
 
Con la palabra “cultura” se indica, en sentido general, todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus múltiples cualidades espirituales y corporales, pretende someter a su dominio, por el conocimiento y el trabajo, el orbe mismo de la tierra; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente, en sus obras expresa, comunica y conserva a lo largo de los siglos las grandes experiencia y aspiraciones espirituales, para que sirvan de provecho a muchos, más aún, a todo el género humano» (Concilio Vaticano II, GS, 53).
 
El mismo Concilio reconoce que el concepto de cultura tiene un aspecto histórico y social y que la palabra cultura adquiere muchas veces un sentido sociológico y etnológico, por lo que se habla de diversidad de culturas. «Pues las distintas condiciones de convivencia, y las diferentes formas de conjugar los bienes tienen su origen en el diverso modo de utilizar las cosas, de realizar el trabajo, de expresarse, de practicar la religión, de comportarse, de establecer leyes e instituciones jurídicas, de desarrollar las ciencias y las artes y de cultivar la belleza» (Ib).
 
La cultura actual y los que prenden configurarla con diversos medios de poder quieren relativizar y obviar la dimensión espiritual y creyente del ser humano, y más concretamente, en nuestra Europa, de la fe cristiana. También aquí en España, y prueba de ella es la desnaturalización de la Navidad como fiestas de invierno, o la misma Cabalgata de Reyes. Sin duda lo que pretenden, a veces, en virtud de una falsa tolerancia, es renegar de las raíces cristianas. Pero pretender eso es ir a la muerte, es caminar a la muerte, porque un árbol que renuncie a sus raíces, tarde o temprano, cae y muere.
 
Esta exposición quiere proclamar que el hombre sin Dios no es él mismo, y que el Dios cristiano sin el hombre no es tal, no es auténtico; que fe y cultura son dos hermanas inseparables.



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