Vivimos en un mundo muy plural. Estamos en una sociedad en la que luchan en el césped distintas ideologías políticas e intereses de todo tipo. Los parlamentos van a tener que hacer verdaderos esfuerzos por escucharse, dialogar y no montar los circos a los que nos tienen acostumbrados. A todos se nos invita, en esta hora, a la alteza de miras para poder convivir sin violencias ni peleas de gallos. A todos. Ya que los parlamentos suelen ser un espejo suficientemente bruñido como para que los ciudadanos podamos ver en ellos cómo piensa y vive el colectivo que representan.
Bueno sería, por tanto, que, aparcando prejuicios, cada ciudadano escuchara y valorara las razones que esgrimen los contrarios. Cada cual, si obra de buena fe, aporta su respetable modo de pensar y de vivir. Así es como se va construyendo un mundo culturalmente diverso y hasta hermoso. Como los colores del arco iris. Lejos de los mono-cromatismos y monolitismos que vemos en algunos países del mundo. Por ejemplo, en Corea del Norte o en otros países herméticamente cerrados.
El hecho religioso también es plural en las sociedades de hoy, y las religiones pueden contribuir a mejorar el mundo. Pero hay quienes piensan que las religiones son peligrosas, porque cada una intenta situarse en el centro o por encima de las otras, y sin pretenderlo (o pretendiéndolo) pueden generar conflictos. Por eso algunos opinan que las religiones hay que sacarlas fuera de la vida pública y relegarlas al ámbito de lo privado. No todos estamos de acuerdo con estos planteamientos, y por eso algunos reclamamos la presencia pública de los creyentes en cuanto creyentes, sin que se nos tache de “peligrosos”, sobre todo si predicamos fraternidad, justicia y libertad: valores evangélicos que están en la base de toda convivencia civilizada.
En todo caso, tolerar las diferencias religiosas es sensato y constituye un factor de equilibrio para la buena convivencia. Lo saben los políticos inteligentes y no sectarios. Aunque tengo para mí que el más decisivo de los equilibrios y de las paces sociales debe venirnos del hecho de que haya pan, trabajo y sanidad para todos. La justicia social debería estar en la base del equilibrio y de la paz.
Huelga decir que tolerancia no es igual a indiferentismo. Ni político, ni religioso, ni cultural. Hay personas que han hecho del indiferentismo una forma de ser. Algunos hasta se confunden con el sincretismo que mete en el mismo saco todas las ideas, convicciones y opciones de vida. Luego está el “pasotismo”, que se muestra indiferente ante cualquier debate en el que sus propios intereses no entren en juego. Los “pasotas” aspiran a vivir sin dar golpe. Algunos dicen que no hay cosa más tonta que un pasota a quien se le abre la boca a las diez de la mañana.
En cambio, los que se toman la vida en serio se mueven por convicciones y fidelidades. Si alguien está convencido de que el cristianismo tiene más verdad o que éticamente es más luminoso, podrá (y deberá) adherirse a él con una cierta exclusividad, dado que la conciencia es ese inviolable santuario que nadie debe profanar...
Por tanto tan malo como el sectarismo del intolerante es el indiferentismo de los que dicen “pasar de todo”, aunque luego nunca pasen de sus vacaciones bien retribuidas y de sus placeres (con tal de que se los paguen otros). A un cristiano no le sirve el “todo vale”, ni el “todas las religiones son iguales” (porque no lo son). No le convence el “¡qué más da, si todas las religiones van a parar a lo mismo!” (porque no es verdad).
La tolerancia debe conjugarse con la fidelidad a las propias convicciones. Y siempre, con el debido respeto a las de los que son diferentes o han hecho otras opciones de vida.
Eduardo de la Hera
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