Escultura del artista Timothy Schmalz |
El 17 de agosto, el corazón se nos encogió tras los ataques terroristas en Barcelona y Cambrils. Casi de manera inmediata una de mis preocupaciones fue -y sigue siendo- cuál debe ser la postura que como católicos debemos adoptar.
Recupero algunos fragmentos del Papa Benedicto XVI. Palabras pronunciadas en el Ángelus del 18 de febrero de 2007. Al comienzo de la Cuaresma de aquel año.
El Papa Emérito, a partir del Evangelio de aquel día -“Amad a vuestros enemigos” (Lc 6, 27)- nos decía «¿cuál es el sentido de esas palabras? ¿Por qué Jesús pide amar a los propios enemigos, o sea, un amor que excede la capacidad humana? En realidad, la propuesta de Cristo es realista, porque tiene en cuenta que en el mundo hay demasiada violencia, demasiada injusticia y, por tanto, sólo se puede superar esta situación contraponiendo un plus de amor, un plus de bondad. Este “plus” viene de Dios: es su misericordia, que se ha hecho carne en Jesús y es la única que puede “desequilibrar” el mundo del mal hacia el bien, a partir del pequeño y decisivo “mundo” que es el corazón del hombre».
Continuaba Benedicto XVI diciendo que «con razón, esta página evangélica se considera la carta magna de la no violencia cristiana, que no consiste en rendirse ante el mal -según una falsa interpretación de “presentar la otra mejilla” (cf. Lc 6, 29)-, sino en responder al mal con el bien (cf. Rm 12, 17-21), rompiendo de este modo la cadena de la injusticia. Así, se comprende que para los cristianos la no violencia no es un mero comportamiento táctico, sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está tan convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad».
«El amor a los enemigos -nos decía- constituye el núcleo de la “revolución cristiana”, revolución que no se basa en estrategias de poder económico, político o mediático. La revolución del amor, un amor que en definitiva no se apoya en los recursos humanos, sino que es don de Dios que se obtiene confiando únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa. Esta es la novedad del Evangelio, que cambia el mundo sin hacer ruido. Este es el heroísmo de los “pequeños”, que creen en el amor de Dios y lo difunden incluso a costa de su vida».
La propuesta a la que debemos responder, la postura que debemos adoptar es clara... «convertirse cada vez más profundamente al amor de Cristo». Pidiendo a María «que nos ayude a dejarnos conquistar sin reservas por ese amor, a aprender a amar como él nos ha amado, para ser misericordiosos como es misericordioso nuestro Padre que está en los cielos».
Domingo Pérez
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