¿Qué fue buscando Víctor, con sus visitas de verano, acercándose al Desierto de las Batuecas? ¿Con quién se encontraba en las vacaciones de verano? Claramente que buscaba a Dios, a través de la profunda soledad y de la inmensa riqueza de los árboles en las montañas. Buscaba a Dios al estilo de la canción 14 del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz:
«Mi amado las montañas / los valles solitarios nemorosos / las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos / el silbo de los aires amorosos». Que todo esto había en el desierto de las Batuecas. Todo menos arena y sequedad. Desierto abundante en árboles frutales de muchas clases.
Desierto de las criaturas, pero no de los pájaros en multitud de colores y variedad de cantos. Desierto de las criaturas, pero no del agua cristalina del río que atravesaba la finca, hasta dejar entusiasmados al rey Alfonso XIII, año 1922, y no menos en la cacería del Rey Juan Carlos I, en marzo de 1989. ¡Cuánto gozó el rey Juan Carlos I conversando con los frailes Carmelitas Descalzos, moradores del convento y de las muchas ermitas que había y hay en la finca!
¿Qué buscaba Víctor huyendo de las playas del mar y recogiéndose en la soledad del Desierto de las Batuecas? Allí se encontraba con su director espiritual, P. Valentín de S. José, religioso sabio, santo y místico cien por cien, enamorado de la doctrina de San Juan de la Cruz.
Por cierto, este excepcional director espiritual, fue quien le aconsejó que debía dividir las vacaciones, estar la mitad de ellas en el desierto y la otra mitad con su esposa e hijos por las tierras de Galicia.
¿Qué buscaba Víctor en el Desierto de las Batuecas? Ni más ni menos que vivir la canción 26 del mismo Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz: «En la interior bodega de mi amado bebí / y cuando salía por toda aquesta vega / ya cosa no sabía y el ganado perdí que antes seguía».
Uno de los padres ermitaños, años y años viviendo en la soledad del Desierto, dice de él al despedirle y lo anota en las crónicas: “Nos ayudaba en todo lo que hacía falta. Era un santo de cuerpo entero, que venía a pasar aquí, en la soledad, todos los años las vacaciones, cumpliendo los trabajos más humildes para el cuerpo. Daba ejemplo a los religiosos”.
Tan pronto llegaba al Desierto se vestía con un hábito de Carmelita, para asistir a todos los rezos de la Comunidad. También a media noche. Más aún, imitando a su director espiritual, alargaba la meditación media hora a la media noche.
Como auténtico ermitaño, cogía la azada y se ponía a cuidar la huerta para que la cosecha de tomates, patatas y cebollas fuera más abundante; y siempre en silencio, como hacían los demás ermitaños.
Las Batuecas son un lugar mimado por la mano del Creador. Se puede cantar y repetir otra estrofa de San Juan de la Cruz, la 36: «Gocémonos Amado / y vámonos a ver en su hermosura / al monte y al collado / do mana el agua pura / entremos más adentro en la espesura».
Germán García Ferreras
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