Presidiendo la Eucaristía |
Llevaba tiempo queriendo vivir una experiencia en un lugar de misión. Sentía especial atracción por aquellos lugares donde la Iglesia vive en minoría y donde poco a poco va construyéndose y creciendo.
Hace unos seis años, en una convivencia de sacerdotes, conocí a D. José Luis Mumbiela Sierra, que acababa de ser nombrado Obispo en la Diócesis de Santísima Trinidad, en Almaty (Kazajstán). Nos habló sobre la labor de la Iglesia católica allí: retos, problemas, dificultades, proyectos...
Este verano he podido estar tres semanas en esta Diócesis. Su extensión es mayor que España y Portugal juntos, con una población de unos 6 millones de habitantes. Comprende 4 regiones civiles de Kazajstán. En tres de ellas hay presencia oficial de la Iglesia católica (alguna parroquia o punto misional). En una -la más extensa- todavía no.
La confesión religiosa mayoritaria es la musulmana (65% población), seguida de la ortodoxa (30%) y con presencia de otras confesiones, donde las personas de tradición católica no llegan al 1%. Todo ello mezclado con la herencia del ateísmo oficial durante 70 años. La diócesis no tiene sacerdotes nativos, todos son extranjeros, de Polonia, Argentina, Corea, Lituania, Italia y España; unos son diocesanos y otros religiosos, en total en torno a 17.
Gran parte de estos días los pasé en la Parroquia católica de Kapchagai, una localidad de unos 40.000 habitantes. La comunidad es muy dinámica y viva. Allí trabajan tres sacerdotes, dos polacos y uno español. Trabajan de destajo. Junto a la iglesia hay tres hogares para niños de familias pobres y completamente desestructuradas, en donde colaboran religiosas y voluntarios.
La parroquia también tiene una especie de albergue, llamado “Verónica”, para convivencias, retiros, encuentros... Allí tuve la oportunidad de estar tres días con jóvenes de la periferia de Almaty, procedentes de familias pobres con las que tienen relación las religiosas de la Madre Teresa de Calcuta. Hay mucha pobreza, sobre todo en las periferias y en zonas rurales.
Me resultó fácil “conectar” con la gente y con los compañeros. Cuando entras en una iglesia y hablas con ellos, tienes esa sensación de estar en un ambiente familiar y conocido. Pude palmar lo que significa la unidad real que crea la fe.
La labor en las zonas más rurales va en aumento, pero muy lentamente. Estuve en dos pueblos: Nura y Daulet, con Szymon, el párroco. La comunidad católica en ambos es muy pequeña. La mayoría de los católicos, además, no han tenido sacramentos durante muchos años y su fe se ha ido debilitando; en algunos casos los hijos y nietos ya no están bautizados... Es una situación que perdura en la inmensa mayoría de los pueblos, puesto que no tienen sacerdotes. Son personas de “tradición católica”, llamados a revitalizar su fe y crear ese fermento del que habla el Evangelio.
Cuando ves esta realidad, te viene a la memoria la vida de San Pablo, que evangelizaba en medio de personas totalmente ajenas a su fe; y entiendes mejor sus cartas, dirigidas a esas pequeñas comunidades que iban creciendo, con sus ilusiones y preocupaciones, también a pesar de sus pecados.
Qué importante es que recemos por las vocaciones, para poder llevar a cabo eficazmente el mandato del Señor: “id al mundo entero”. Os aseguro que allí lo hacen con verdadero deseo porque, como dicen, un sacerdote es como un oasis en medio del desierto.
Eduardo Calvo Sedano
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