"Ser constructores de paz, que allá donde haya odio y resentimiento, pongamos amor y misericordia"
«La misericordia y la verdad se han encontrado, la justicia y la paz se han besado» (Sal 85, 11). Con este verso del salmo el Papa Francisco recordaba, en la Audiencia General del pasado 13 de septiembre, lo vivido en su reciente viaje a Colombia. Y de una manera muy especial, revivía el Encuentro por la Paz y la Reconciliación, celebrado en Villavicencio el 8 de sptiembre. «Estas palabras proféticas llenas de gracia -añadió- las vimos encarnadas en las historias de los testigos, que hablaron en nombre de muchos que a partir de sus heridas, con la gracia de Cristo, salieron de sí mismos y se abrieron al encuentro, al perdón, a la reconciliación».
Hasta Villavicencio, llegaron sobrevivientes y víctimas de distintas regiones de Colombia, y ocupó un lugar especial el Cristo mutilado de Bojayá (Chocó), representación de la masacre ocurrida en 2002, cuando una bomba, arrojada por las Farc, mató a 79 personas que se refugiaban en una iglesia.
Varias personas compartieron su testimonio, símbolo de perdón entre los diferentes actores de la guerra: Luz Dary Landazury, víctima de la explosión de un artefacto; Deisy Sánchez Rey, excombatiente de las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), Juan Carlos Murcia, exguerrillero de las Farc. Y una mujer... que ha impactado al mundo: Pastora Mira.
Pastora Mira, tras depositar en el altar la camiseta de su hijo |
Estas fueron sus palabras:
«Santidad, me llamo Pastora Mira García, soy católica, viuda y, en varias ocasiones, víctima de la violencia. Cuando tenía 6 años, la guerrilla y los paramilitares no habían llegado todavía a mi pueblo: San Carlos, Antioquia. Mi padre fue matado. Años más tarde, pude cuidar a su asesino, quien, en ese momento, se había enfermado, era ya anciano y estaba abandonado.
Cuando mi hija tenía solo 2 meses, mataron a mi primer marido. En seguida, entré a trabajar en la inspección de policía, pero tuve que renunciar por las amenazas de la guerrilla y los paramilitares, que se habían instalado en la zona. Con muchos esfuerzos logré montar una juguetería, pero la guerrilla empezó a cobrarme vacunas, por lo cual terminé regalando las mercancías.
En 2001, los paramilitares desaparecieron a mi hija Sandra Paola; emprendí su búsqueda, pero encontré el cadáver solo después de haberlo llorado por 7 años. Todo este sufrimiento me ha hecho más sensible al dolor ajeno y, a partir de 2004, trabajo con las familias de las víctimas de desaparición forzada y con los desplazados.
¡Pero no todo estaba aún cumplido! En 2005, el Bloque Héroes de Granada, de los paramilitares, asesinó a Jorge Aníbal, mi hijo menor. Tres días después de haberlo sepultado, atendí, herido, a un jovencito y lo puse a descansar en la misma cama que había pertenecido a Jorge Aníbal. Al salir de la casa, el joven vio sus fotos y reaccionó contándome que era uno de sus asesinos y cómo lo habían torturado antes de matarlo. Doy gracias a Dios que, con la ayuda de Mamita María, me dio la fuerza de servirle sin causarle daño, a pesar de mi indecible dolor.
Ahora coloco este dolor y el sufrimiento de las miles de víctimas de Colombia a los pies de Jesús Crucificado, para que se una al suyo y, a través de la plegaria de Su Santidad, sea transformado en bendición y capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia de las últimas 5 décadas en Colombia. Como signo de esta ofrenda de dolor, depongo a los pies de la cruz de Bojayá la camisa que Sandra Paola, mi hija desaparecida, había regalado a Jorge Aníbal, el hijo que me mataron los paramilitares. La conservamos en familia como auspicio de que todo esto nunca más vaya a ocurrir y la paz triunfe en Colombia.
Dios transforme el corazón de quienes se niegan a creer que con Cristo todo puede cambiar y no tienen la esperanza de un país en paz y más solidario».
Estas palabras fueron escuchadas por los presentes y por un Papa Francisco visiblemente emocionado que contestó lo siguiente: «Pastora Mira, tú lo has dicho muy bien: Quieres poner todo tu dolor, y el de miles de víctimas, a los pies de Jesús Crucificado, para que se una al de Él y así sea transformado en bendición y capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia que ha imperado en Colombia. Y tienes razón: la violencia engendra violencia, el odio engendra más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible, y eso sólo es posible con el perdón y la reconciliación concreta. Y tú, querida Pastora, y tantos otros como tú, nos han demostrado que esto es posible. Con la ayuda de Cristo, de Cristo vivo en medio de la comunidad es posible vencer el odio, es posible vencer la muerte, es posible comenzar de nuevo y alumbrar una Colombia nueva. Gracias, Pastora, qué gran bien nos haces hoy a todos con el testimonio de tu vida. Es el crucificado de Bojayá quien te ha dado esa fuerza para perdonar y para amar, y para ayudarte a ver en la camisa que tu hija Sandra Paola regaló a tu hijo Jorge Aníbal, no sólo el recuerdo de sus muertes, sino la esperanza de que la paz triunfe definitivamente en Colombia. ¡Gracias, gracias!».
Y acabó diciendo: «Colombia, abre tu corazón de pueblo de Dios, déjate reconciliar. No le temas a la verdad ni a la justicia. Queridos colombianos: No tengan miedo a pedir y a ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades. Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias. Es la hora para desactivar los odios, y renunciar a las venganzas, y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno. Que podamos habitar en armonía y fraternidad, como desea el Señor. Pidámosle ser constructores de paz, que allá donde haya odio y resentimiento, pongamos amor y misericordia».
Cerca de todos hay historias de sufrimiento y amargura, hagamos también que haya también y, sobre todo, historias de amor y perdón que nos hablan de vida y esperanza; de no dejar que el odio, la venganza o el dolor se apoderen de nuestro corazón.
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El Papa Francisco rezando ante el Cristo mutilado de Bojayá |
«Nos reunimos a los pies del Crucificado de Bojayá, que el 2 de mayo de 2002 presenció y sufrió la masacre de decenas de personas refugiadas en su iglesia. Esta imagen tiene un fuerte valor simbólico y espiritual. Al mirarla contemplamos no sólo lo que ocurrió aquel día, sino también tanto dolor, tanta muerte, tantas vidas rotas, tanta sangre derramada en la Colombia de los últimos decenios. Ver a Cristo así, mutilado y herido, nos interpela. Ya no tiene brazos y su cuerpo ya no está, pero conserva su rostro y con él nos mira y nos ama. Cristo roto y amputado, para nosotros es “más Cristo” aún, porque nos muestra una vez más que Él vino para sufrir por su pueblo y con su pueblo; y para enseñarnos también que el odio no tiene la última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte y la violencia. Nos enseña a transformar el dolor en fuente de vida y resurrección, para que junto a Él y con Él aprendamos la fuerza del perdón, la grandeza del amor».
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