No hace mucho leí un artículo de D. Julio L. Martínez, Rector de la Universidad Pontificia de Comillas ICAI-ICADE que me gustó, me ha parecido muy lúcido y sugerente como para resumirlo y glosarlo, aunque sea torpemente; está enfocado desde su perspectiva universitaria, pues es rector de una universidad, y desde la convicción de que en las Universidades está parte del futuro de sociedad del mañana.
«Según el Eurobarómetro, los jóvenes de la EU está especialmente preocupados con el desempleo, las desigualdades sociales y el acceso al trabajo. Parecen realistas sus preocupaciones, tanto por los datos actuales como por las transformaciones tecnológicas disruptivas que trae la economía digital. Tres factores condicionarán el trabajo del futuro: la robotización y la consecuente automatización de muchas tareas manuales, la disponibilidad de datos e información casi infinita y el desarrollo de la inteligencia artificial que facilitará enormemente la automatización. Si uno solo de estos factores ya tendría gran impacto, la combinación de ellos afectará de manera determinante al empleo y al concepto mismo de trabajo».
«Con todo, las encuestas constatan que hay una mayoría abrumadora de tecnoptimistas en relación a los beneficios que traerá la tecnología. Yo no lo soy tanto, aunque no quiero apuntarme al catastrofismo, ni confío en que la lógica del mercado hallé, espontáneamente, soluciones sociales dignas».
D. Julio, muy acertadamente, apunta a la necesidad de formar a las personas en las capacidades necesarias para el futuro laboral: la flexibilidad y adaptación a un cambio constante y rápido en las maneras de hacer, el mayor peso analítico en tareas tradicionalmente cualitativas y la necesidad de manejar dentro de la especialidad de cada trabajo conocimientos transversales. Como muy bien señala, esto exige tener diálogos múltiples sobre lo que se necesita a medio y largo plazo en materia de educación, infraestructuras, emprendimiento, comercio, inmigración, investigación, fiscalidad, sistemas de transferencia y nuevos modos de participación democrática, etc. Estos diálogos no pueden dejar de lado la ética; y ahí tiene la Doctrina Social de la Iglesia algo que aportar y recibir.
La Doctrina Social de la Iglesia es un conjunto de convicciones que han pasado a doctrina que la Iglesia, a partir del Evangelio y de la reflexión milenaria ha ido elaborando tanto teóricamente como prácticamente. Modernamente arranca en la Encíclica Rerum Novarum (1891) (De las cosas nuevas), de León XIII, pasando por otros muchos documentos de Pío XI, Pio XII, Juan XXIII, Pablo VI, particularmente las cartas Populorum Progressio y Octogessima Adveniens, la Constitución del Concilio Vaticano II Gaudium et Spes, 33-37, (el gozo y la esperanza), Juan Pablo II con las encíclicas Centesimus Annus y Laborem Exercens (1991), Benedicto XVI y, por último, el Papa Francisco con sus documentos, especialmente la Encíclica Laudato Si, (Alabado seas), sobre el cuidado de la casa común.
Siempre la Iglesia ha puesto como pilares fundamentales de la sociedad y de la convivencia humana la dignidad de la persona, que tiene raíces divinas, sus derechos y deberes, el destino universal de los bienes y la dignidad, derecho y deber del trabajo y del trabajador. Sin estas bases no puede sostenerse, ni prosperar la comunidad humana. Desde la fe consideramos que el hombre al trabajar, o al estar ocupados como en el caso de los jubilados, es concreador con Dios, Jesús mismo era hijo de un trabajador, San José, y trabajó con sus manos para el bien de la familia y de toda la sociedad. El hombre con su trabajo, movido por el Espíritu de Dios, es colaborar con Dios que ahora hace y quiere hacer todas las coas, también las relaciones humanas en el trabajo, nuevas, basadas en la justicia, la verdad, la paz y el amor. «¿Por qué van a estar separadas entre sí -se preguntaba el Beato Pablo VI- estas expresiones sumas de vida humana? ¿Por qué tienen que oponerse?». Desde la Doctrina de la Iglesia por el trabajo el hombre participa de la creación del Dios, es un colaborador en la obra de la creación. Decía el mismo Pablo VI: «El hombre, ya sea artista o artesano, patrono o campesino, todo trabajador es un creador».
«Pero siempre, hay que reconocerlo, esta concepción es ambivalente, pues invita al egoísmo, a la revuelta o a la acción según la recta conciencia. Lo que sí es verdad es que el hombre no alcanza su dimensión verdadera sin el trabajo, ley benéfica y grave... Todo hombre debe ser, en cierto modo, trabajador inteligente y voluntarioso. Honremos en el trabajo aquello que lo hace grande, noble y meritorio: el deber. Y reconozcamos en el trabajo, un programa indefectible e irrenunciable de nuestra vida: el derecho al trabajo».
Que San José Obrero, la Virgen María, trabajadora doméstica, y el mismo Jesús, Hijo de dios, que sigue trabajando, nos enseñen la dignidad del trabajo con lo que entraña de fatiga, esfuerzo y cansancio, y la dignidad del trabajador. Todo debe servir al bien del hombre, imagen, hijo de Dios, hermano nuestro, a todo hombre y a todo el hombre.
+Manuel Herrero Fernández, OSA
Obispo de Palencia
No hay comentarios:
Publicar un comentario