Queridos hermanos y hermanas. Hoy hacemos y estamos de fiesta. Dos motivos nos congregan hoy y nos invitan a dar gracias a Dios: la fiesta de San Juan de Ávila, patrono del clero de España y la celebración de las Bodas de Diamante y de Oro Sacerdotales de unos hermanos nuestros.
Un saludo particular a D. José Vilaplana, Obispo de Huelva, padre, hermano y amigo, con quien he tenido la gracia de trabajar con él en Santander y comprobar su calidad de pastor con olor de oveja. Bienvenido, D. José y muchas gracias por aceptar la invitación de presentarnos después de esta celebración la figura de San Manuel González, que fue párroco y arcipreste de Huelva, obispo de Málaga y de Palencia. Y un saludo también para mi hermano agustino, D. Mariano Moreno, Obispo-prelado emérito de Cafayate
Mi saludo fraterno y agradecido para todos vosotros, los sacerdotes de la Diócesis, por lo que sois y hacéis.
La gratitud de toda la Iglesia de Palencia, la Iglesia Universal y la sociedad palentina, a los que celebráis las Bodas de Diamante y de Oro Sacerdotales. ¡Cuánta fe, cuánta esperanza, cuánto amor a Dios y a los hombres, que se ha concretado en amor servicial entregado a creyentes y no creyentes, en la alegría y en la pena, en la salud y en la enfermedad, todos los días de vuestra vida desde la ordenación! La Iglesia de Palencia os da las gracias y da gracias a Dios por vuestras personas, por las personas unidas a vuestras vidas, vuestros padres, hermanos, educadores y formadores, feligreses, vecinos... Gracias de todo corazón por todo lo que habéis hecho con la gracia de Dios. Pero la Iglesia de Palencia hoy os hace una petición: seguid siendo lo que sois, haciendo lo que buenamente podáis, dando ejemplo de ilusión y fortaleza, orando por todos y pidiendo de manera especial al Señor para que mande obreros a esta mies, que es la suya. Nuestra iglesia de Palencia necesita nuevas y muchas vocaciones para vivir el amor cristiano en la familia, vocaciones laicales que transformen con el espíritu del Evangelio toda la realidad y actividad humana, vocaciones para la vida consagrada que hagan presente entre nosotros los valores definitivos del Reino, y vocaciones para el ministerio ordenado que, con el espíritu de nuestro patrón San Juan de Ávila, nos ayuden con amor de hermanos a vivir como hijos de Dios, sacerdotes, profetas y reyes, en paz, justicia, verdad, y amor.
Celebramos a San Juan de Ávila. San Juan de Ávila, como lo confiesa la oración colecta de la Eucaristía, ha sido y es, por don de Dios, un «maestro ejemplar para todo el pueblo de Dios por la santidad de vida y por su celo apostólico». Así lo ha reconoce la Iglesia. En él se reflejaba la santidad del Santo entre los Santos, Jesucristo, el Buen Pastor. Su vida fue una vida sacerdotal de apertura total a Dios en la oración en la que pasaba largas horas y en la que gastó la mayor parte de su vida; oración que él entendía como diálogo, más para oír que para hablar, y más para mover afectos que fraguar especulaciones. San Juan es maestro por vivir desde la caridad, la pobreza, la humildad, su capacidad de participación en la cruz del Señor, el estudio de la Escritura y la teología, entre otras cosas. Llevaba el buen olor de Cristo. Su tratado sobre el amor de Dios sigue reflejando lo que él vivía. Pero el amor a Dios lo llevaba al amor al prójimo, a la asistencia a los pobres y enfermos, conviviendo con todos y proyectando la luz de Cristo a la cultura, la política, el trabajo. Digno es de destacar su devoción a la Virgen María; su influencia, sobre todo por sus escritos, se notó en los santos Juan de Dios, Francisco de Borja, Pedro de Alcántara, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Juan de Ribera, Tomás de Villanueva, Carlos Borromeo, entre otros, como Fr. Luis de Granada. ¡Qué razón tiene Santa Teresa cuando, enterada de su muerte, afirma que era una columna de la Iglesia!
San Juan de Ávila es, además, maestro por su celo apostólico recibiendo el título de apóstol de Andalucía, aunque también predicó por Murcia, Extremadura, Castilla la Nueva, Valencia, y reformador de la iglesia con sus propuestas al Concilio de Trento. Deseó ir a América, a las tierras nuevas para anunciar allí el Evangelio, pero la Providencia y el deseo de los Obispos le llevaron a ser apóstol con las palabras, escritos los sermones, catequesis a los niños, los colegios y seminarios por Sevilla, Córdoba, Baeza, Jerez, Zafra, Fregenal de la Sierra, Priego, Granada, Cádiz, Montilla. Le movía el amor de Dios que veía en la Cruz del Señor; como San Pablo no sabía otra cosa que a Cristo Crucificado. Es más, contagió a otros para que evangelizar por el Sur de España.
La iglesia nos propone a San Juan de Ávila como modelo. En la oración colecta pedíamos: «Haz que también en nuestros días, crezca la Iglesia en santidad por el celo ejemplar de tus ministros». Vivimos en otros tiempos, es verdad, pero el ejemplo de san Juan de Ávila nos marca el camino. ¿Cómo renovar hacer crecer en santidad a nuestra Iglesia, la Iglesia de Dios que peregrina en Palencia? La Iglesia nos propone el ejemplo de los santos, hoy en concreto, el ejemplo de su vida santa. La santidad es la forma de vida normal de los cristianos y la más revolucionaria que podemos vivir, contagiar y ofrecer a nuestros hermanos. Esta palabra asusta a muchos, porque les viene a la mente un proyecto casi imposible, cuando consiste en vivir como lo que somos, bautizados, hijos de Dios Padre, siguiendo a Jesucristo y movidos, e impulsados por su Santo Espíritu, hombres y mujeres pascuales con la vida nueva de Cristo; es dejar que Cristo viva en nosotros, abrirnos a Él. Nosotros tenemos que ser santos y ayudar a nuestros hermanos para que lo sean porque nos quema, nos hace hervir la sangre el amor de Cristo y queremos que otros gocen lo que nosotros gozamos.
¿Cómo ayudar? Siendo apóstoles. La Palabra de Dios proclamada nos señala un estilo, Ser lo que somos por el sacramento del orden: Servidores de Cristo, amigos de Cristo, discípulos y condiscípulos de Cristo hasta poder decir: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, porque vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí» (Gal 2) Además, ser administradores fieles de sus misterios, de su amor, de su perdón, de su alegría, de su vida nueva y esperanza. No administramos cosas, palabras muertas, sino al mismo Cristo, encarnado, muerto, sepultado, resucitado, hecho eucaristía, que es Hijo de buena Madre, Amor, Camino, Verdad y Vida, nuestra Luz, alegría y esperanza. Y hacerlo como nos pide hoy el Espíritu que es el alma de la Iglesia; como nos decía el salmo: tenemos que contar a los pueblos las maravillas del Señor. No anunciarnos a nosotros mismos, sino, como María, proclamar las obras grandes que su misericordia sigue haciendo. Y hacerlo no desde la superioridad, ni desde los títulos, los honores, la distancia, desde la competitividad, el individualismo, buscando nuestros intereses, queriendo ser los primeros, sino desde el servicio humilde y sencillo, la pobreza, sin clericalismos, a los intereses profundos de los hombres y mujeres, que son los intereses de Cristo, desde fraternidad cristiana que nos mueve a salir al encuentro del otro, que ante todo es un hermano, especialmente de los más humildes y desfavorecidos, marginados, descartados, etc. Tenemos que pensar que estos hermanos no están lejos, los tenemos muy cerca en tantas personas de nuestras parroquias, niños, jóvenes, familias, enfermos, con trabajo y sin empleo, nativos o emigrantes, mayores, hermanos que sufren y se alegran. Y todo desde la fraternidad presbiteral, acogiéndonos, aceptándonos, apoyándonos mutuamente, compartiendo las alegrías y penas, el cansancio y el descanso pastoral, oración y la fiesta, viviendo en la Iglesia, familia de hermanos que vivimos la pluralidad reconciliada, que hacemos verdad la fraternidad poliédrica.
Hermanos: Os decía al principio que tenemos dos motivos hoy para dar gracias a Dios: san Juan de Ávila y nuestros hermanos que celebran sus bodas sacerdotales. Y ¡qué mejor que la acción de gracias por antonomasia, la Eucaristía, para dar gracias! Eucaristicémonos y eucaristicemos, hermanos. Si la Eucaristía hace la Iglesia y si la Iglesia hace la Eucaristía, también nosotros no solo hacemos la Eucaristía, sino que nos hace eucaristía. Que nos convirtamos en Aquel a quien indignamente hacemos presente y recibimos; que por su Espíritu y la intercesión de Santa María, San Antolín, San Manuel González, San Rafael Arnáiz y San Juan de Ávila seamos en toda nuestra vida y ministerio una eucaristía, es decir pan de Cristo, nuestro Buen Pastor, partido y entregado por amor para que todos tengan vida y vida abundante.
+Manuel Herrero Fernández, OSA
Obispo de Palencia
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