Fray Domingo seguía trabajando y visitando los conventos que había fundado por toda Italia. Ya se había despedido de los de España, entro ellos Palencia en 1218 y de los de Francia, de regreso a su última morada Bolonia. Siempre a pie, y con continuas mortificaciones en el alimento y en el sueño, su salud se iba minando poco a poco. En compañía de su amigo el Cardenal Hugolino, reanudó la gran pasión, la que movió toda su vida, la predicación directa. Domingo sabe que ha recorrido bien su carrera, pero que no le queda mucho por recorrer, las fuerzas le fallan, se halla al fin de su vida y va a morir. Dejemos aquí el relato de su partida en palabras de aquellos que fueron testigos de su muerte:
«A finales del mes de julio, fray Domingo llegó muy fatigado, porque hacía gran calor, y aunque estaba muy cansado habló con fray Rodolfo, que era el nuevo prior, hasta bien entr da la noche, sobre el estado la Orden.
Y como éste quisiera dormir, rogó al dicho bienaventurado fray Domingo que fuera a descansar y no se levantara durante la noche a maitines; pero él no accedió a sus ruegos, sino que se fue a la iglesia y pasó toda la noche en oración, y no obstante asistió a maitines. Y después de maitines dijo a los frailes que le dolía la cabeza. Desde entonces comenzó manifiestamente a ponerse enfermo con aquella enfermedad que le llevó al Señor. Mientras le tuvo postrado la enfermedad, mandaba llamar a los frailes novicios, y con dulcísimas palabras y vivo amor los consolaba y amonestaba a obrar el bien.
Como el mal se agravaba, hicimos llevarlo a Santa María del Monte, que era lugar más sano. Cuando creyó que se moría, llamó al prior y a los frailes. Y acudieron allí unos veinte frailes con dicho prior, y estando junto a él, fray Domingo, que yacía postrado, comenzó a predicarles, y les hizo un magnífico y muy emotivo sermón; nunca se le oyó más edificante.
Creo recordar que entonces se le dio la Extremaunción. Y oí de algunos que el monje que por entonces era Rector de aquella iglesia, dijo que si moría allí, no permitiría que se lo llevasen, sino que lo haría sepultar en dicha iglesia. Y como se contase estas cosas al bienaventurado fray Domingo, respondió: “No quiera Dios que yo sea enterrado en otro lugar que bajo los pies de mis frailes. Llevadme fuera para que yo muera en aquella viña y podáis sepultarme en nuestra iglesia”. Entonces, tomándolo, lo trasladaron a Bolonia, a la iglesia de San Nicolás, temiendo que muriera en el camino.
Fray Luis Miguel García Palacios, O.P.
Subprior del Convento de San Pablo
Subprior del Convento de San Pablo
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