¿Comprometerse en seguir construyendo y exigiendo una sociedad que defienda el trabajo decente? Y... ¿por qué?
Pues... porque el trabajo decente es expresión de la dignidad del hombre; evita la discriminación; genera ingresos justos; es seguridad en el lugar de trabajo, permite satisfacer las necesidades de las familias y asegura su protección social; porque defiende que los trabajadores se organicen libremente para hacer oír su voz; porque permite el desarrollo personal y la integración social en el ámbito familiar y espiritual; y porque asegura una jubilación digna.
Y por eso necesitamos poner en el centro a la persona; necesitamos plantear el sentido y el valor del trabajo más allá del empleo; necesitamos luchar por condiciones dignas de empleo; necesitamos articular de forma humanizadora el trabajo y el descanso; y necesitamos luchar para que el acceso a derechos fundamentales no esté condicionado a tener un empleo.
En palabras de nuestro Obispo... «cuando hablamos de “Trabajo Decente” nos estamos refiriendo, en primer lugar, a un trabajo. El hombre, toda persona, no tiene derecho solo a la vida, al amor, a fundar una familia, al descanso, a la participación en la marcha de la sociedad... sino también al trabajo. Con el trabajo toda persona colabora con el Creador en la obra de la Casa Común, se desarrolla a sí mismo y sus potencialidades, y contribuye al bien de su familia y de la sociedad. Tenemos que comprometernos para que todos tengan un trabajo [...] Pero no hablamos solo de trabajo, de cualquier trabajo, sino de trabajo decente, es decir; de un trabajo digno, honesto, justo, debido, que corresponda a la situación y a la dignidad de la persona».
El 7 de octubre, Jornada Mundial por el Trabajo Decente... estamos llamados a rezar por esta justa causa. A reivindicar esta justa causa.
Domingo Pérez
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