miércoles, 26 de octubre de 2016

El sembrador de la Palabra (I)

La obra de Domingo crece. El obispo Fulco ha donado tres iglesias para que en ellas se predique diarimente. San Román de Toulose, la parroquia de Pamiens y otra cerca de Puylaurens, en el corazón de Albi, cuna de los cátaros. Además Domingo posee la iglesia parroquial de Fanjeaux, en la que fue párroco durante casi diez años. Con estas cuatro “casas de predicación” comienza a extenderse una red de predicación con ansias de extenderse sin límites.
 
Estamos en 1217 y Domingo ha traído de Roma las confirmaciones del Papa. Los frailes se llenan de gozo. El convento de San Román crece, con hombres de toda condición que “abandonan sus viejas redes y su cizaña” para hacerse, como los apóstoles pescadores de hombres y sembradores de buena semilla. La semilla del Evangelio. La comunidad femenina de Prouille, corazón espiritual, late y alienta la predicación de los frailes. Otras “pobres mujeres, que apartadas del vicio” quieren cambiar de vida se reúnen en una hospedería y la convierten en “comunidad de oración” en Toulouse. Parece que todo va en marcha con viva esperanza.
 
Domingo sabe que la euforia no durará mucho tiempo. Las luchas políticas y los levantamientos son continuos. Los excesos violentos de los cruzados como el Señor de Montfort, hacen que el prestigio de la Iglesia, se derrumbe. Si esto sigue así, el tiempo de la predicación desaparecerá. Por otro lado “las inmensas necesidades de toda la Cristiandad reclaman en todas partes la palabra de los predicadores”.
 
Ha llegado la hora de que los sembradores salgan a sembrar. Y Domingo escogió el día de Pentecostés (14 de mayo de 1217), invocando al Espíritu Santo, reunió a los frailes y les manifestó que, aunque eran pocos, había resuelto enviarlos por el mundo, y que no habitasen más tiempo allí reunidos.
 
La decisión, desconcertó a los frailes jóvenes y poco instruidos, apenas habituados a la nueva observancia. Pero la decisión estaba tomada: “es necesario separarse, marchar y predicar”. Una decisión tomada con una profunda reflexión, fortalecida por la oración. Aún así, la incertidumbre de salir a predicar a lo desconocido, causó no poca angustia entre los enviados, pues fueron a penas cuatro, los que quedaron en Toulouse.
 
Domingo ha visto sembrar los llanos campos de su Castilla natal, ha conocido la sementera junto al Carrión, y las consecuencias de las malas cosechas. Conoce el mundo agrícola y una vez más, una frase lapidaria resonará en los corazones de los frailes indecisos: “El trigo, amontonado, se pudre… esparcido, da mucho fruto”.
(Continuará)

Fray Luis Miguel García Palacios, O.P.
Subprior del Convento de San Pablo

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