Queridos jóvenes:
Os habéis reunido, estos días
soleados de octubre, en nuestra ciudad de Palencia para renovar vuestra
fidelidad joven a la santa Cruz. Habéis celebrado, así, vuestro IV Encuentro
Nacional, bajo este cielo castellano que no engaña. Asomados al horizonte ancho
y generoso de estas tierras.
Vosotros sabéis que la Cruz es misterio. Como la
vida misma. Es misterio, porque nunca comprenderemos del todo el amor que Dios volcó
sobre nosotros al entregarnos a su Hijo. Y es también paradoja porque –lo
sabéis muy bien, Él nos lo dijo- hay que morir para vivir. Morir a egoísmos,
para vivir en fraternidad. Morir, hoy, a mil esclavitudes, para vivir en
libertad. Morir. Como el grano de trigo muere para explosionar en cosecha
abundante...
El sacrificio parece, en
ocasiones, “muerte”, pero es vida y
da mucha vida. Lo saben los jóvenes voluntarios, generosos y cristianos. Lo
sabéis vosotros, cuando os abismáis con Cristo en la noche oscura del viernes
santo para resurgir, nuevos y renovados, en la mañana de Pascua. Los jóvenes de
hoy sabéis mucho de cruces: conocéis el sufrimiento, el paro, las promesas
incumplidas, el vacío, la soledad. Como le ocurrió a Él. Vino para que
resucitáramos, cada día, abrazados a la cruz de la vida misma...
La cruz nos acompaña desde que
nacemos hasta que morimos. A todos acompaña. Y hay cruces de todos los tamaños
y para todas las espaldas. Hay cruces para niños y jóvenes, para los de casa y
los de fuera...
Podéis asomaros, en el verano,
a los campos de Castilla, y conoceréis lo que es morir para vivir. En ellos
veréis muchas semillas enterradas y convertidas en espléndidas cosechas. De la
muerte surge la vida. Del invierno, la primavera.
Os agradecemos que hayáis
venido a Palencia a “cofradear”
(perdón por el verbo). Quiero decir a “confraternizar”.
Cofradía significa esto mismo: hermandad. ¡Madre mía, cómo necesitamos
fraternidades en la Iglesia!
¡La Iglesia
ya no sería Iglesia, si nos fallara la comunidad, la fraternidad, el grupo!
Es sana y santa vuestra
alegría. Lo hemos visto, cuando os habéis hecho presentes en los distintos
actos organizados. Os brota de dentro. De la Pascua más limpia y radiante que lleváis con
vosotros. Sin duda, brota de vuestra unión a Cristo.
La cruz para vosotros (y para
todos los cristianos) es un símbolo mayor: es Cruz con mayúscula.
Un símbolo
menor puede ser el escudo del Real Madrid, o del Barcelona, o del Betis,
o del equipo que sea. No porque un equipo de fútbol no sea algo importante
(Dios me libre de ofender a la afición). Pero la Cruz es un símbolo
mayor porque nos habla de un Dios que se abaja tanto, que lo comparte
con nosotros todo, menos el pecado. Comparte hasta el mismo sufrimiento, hasta
la mismísima muerte (¡y menuda muerte la suya!). Un Dios así, ¿verdad, jóvenes,
que es interesante? ¿Verdad que un Dios así merece la pena abrirle las puertas
de la fe y del corazón?
La cruz nos acompaña, como el
báculo al peregrino, en el viaje que hacemos aquí, en la tierra. Con una cruz
nos signan en el bautismo. Y con una cruz nos despiden, cuando nos vamos de
este mundo para resucitar con Cristo.
¿Con qué señal seremos
despedidos de este mundo? Con la misma señal que lleváis colgada del cuello o,
tal vez, tatuada en el brazo. Con este símbolo mayor de nuestra fe. Por eso la
cruz nos merece no sólo respeto, sino también adoración.
¡Os deseamos todo lo mejor
desde Palencia! Llevaos en el corazón la bendición del Cristo del Otero.
Nuestro Cristo, También el vuestro, el de todos. Y siempre, su Cruz, la que da
sentido hondo a nuestras cruces.
Un abrazo.
Eduardo de la Hera Buedo
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