¡Somos Europa, sí! Por eso “nos duele Europa”. Nos duele la Europa sin convicciones, envejecida y dividida. Una Europa amenazada, amedrentada, carente de valores fuertes. La Europa de los nacionalismos excluyentes y desintegrados. Países que se van (ahora, el Reino Unido). Europa, ¿herida de muerte?
Es verdad, tenemos muchos valores: por ejemplo, libertad en democracia. ¿Pero para qué sirve la libertad, si se ha perdido el sentido más hondo de la vida? ¿Para qué la libertad, si se practica un nihilismo materialista que desprecia lo más hermoso de la trascendencia humana? ¿Para qué la libertad, si cada uno la emplea para ir egoístamente a lo suyo, al margen de los demás?
¿Qué queda en Europa del cristianismo más allá de las catedrales y del arte? Hubo una época en que el cristianismo unía fuertemente a Europa. La fe cristiana daba consistencia y cohesión al viejo continente. Es verdad que, en algunos países como el nuestro, el catolicismo sociológico todavía perdura. Pero veamos lo que ha ido ocurriendo en otros países vecinos, y démonos por “avisados”.
Nos dicen que muchos de los ciudadanos franceses ni siquiera están ya bautizados: camino que comienza a recorrerse aquí en España, donde enseguida recogemos (con complejos) todos los testigos del país vecino y los mostramos como “adelantados”. ¿Y para qué bautizar, si no se es coherente ni se inicia en cristiano?
Mientras tanto, en Europa las hasta hace poco minorías religiosas, como el Islam, cada vez se hacen más fuertes y beligerantes. Y además procrean, lo que les hace tener asegurado el futuro. Es por lo que algunos temen que pronto pasen a ser mayoría cultural los que antes eran pocos y extraños.
A muchos nos preocupa que, en un país como España, sin dejar de ser todavía sociológicamente católicos (por bautismo o adscripción a una Iglesia), la mayoría ciudadana se nos esté convirtiendo ya en verdadero campo de misión.
Somos muy dados a pensar que lo nuestro, lo de toda la vida, va a seguir siendo así porque sí y para siempre. No es verdad. Históricamente unas culturas han sucedido a otras. Una cultura puede dar paso a otra. Y si, viviendo juntas culturas diversas, no aprenden a convivir, ya conocemos por la historia lo que puede suceder: que una cultura asimile a otra. O entren en abierta guerra. ¿Anda la cultura europea herida de muerte?
¿Nos está usted diciendo que excluyamos “a priori” todo lo que venga de fuera? ¿Habla usted de ponernos en guardia contra los emigrantes, refugiados y demás familia?
No. Pienso que hemos de acogerlos, ayudarlos y mostrarnos solidarios en sus desgracias. Hartas tienen. Más aún, deberíamos aprender de ellos muchos valores que nos traen. En todo caso, muchos de ellos también son víctimas de la intolerancia y de la persecución. Pero estoy avisando para que todos sepamos situarnos.
La Iglesia debe acoger y ser generosa con todos. Pero también debe ayudar a reflexionar sobre el mundo que se nos echa encima. En clave abierta, pero no “buenista”.
Los atentados yihadistas de París, Bélgica, Alemania... (por cierto, antes ocurrieron aquí, en Madrid) pueden ser aleccionadores, si queremos aprender. Lo primero, ser fieles a nuestra propia cultura, amarla, defenderla. No perder nuestra propia identidad. Valorar el inmenso patrimonio espiritual recibido. Estar orgullosos de él.
De lo contrario, se respirará una sensación rara: la del que se mueve a la deriva, sin rumbo fijo y sin saber hacia dónde se va. El miedo a lo que está por venir no debería paralizarnos, si comprendemos a las personas que vienen de fuera. Comprender no equivale a darlo todo por bueno, sin discernir. Acoger, sí, pero desde lo específico nuestro: desde la tierra que pisamos, desde la propia cultura, y desde la fe que nos ha arropado, unido e impulsado hacia grandes y hermosos horizontes.
Eduardo de la Hera
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