Hemos comenzado el Año Jubilar de la Misericordia. Y yo, me uno al anhelo del Papa Francisco cuando dice que «¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios!».
Y también sueño con que vayamos haciendo vida que «donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre». Y que «en nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia».
Este Papa, el de la revolución de la ternura, el de los grandes gestos desde lo sencillo, el de la Alegría del Evangelio, el empeñado en renovar... nos hace volver a los clásicos... para decirnos que estos son el itinerario para «encontrar un oasis de misericordia».
Os tengo que reconocer que la primera vez que volví a escuchar lo de las Obras de Misericordia pensé: “Uy... ¿esto no son cosas de los catecismos de antaño? ¿Esto no son cosas superadas?”. Así de ignorante, y puede ser que arrogante, soy. De los convencidos que lo de siempre no vale... y hay que seguir inventando. Pero, evidentemente... estoy equivocado:
Visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, visitar a los presos, enterrar a los difuntos, enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar al que nos ofende, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rezar por los vivos y por los difuntos.
Llegan las Navidades. Tiempo para -ahora que tenemos el corazón blandito- comenzar a poner en práctica que “las obras son amores”. Tiempo para entrenarnos... que nos queda todo un Año -toda una vida- para la Misericordia.
Domingo Pérez
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