Tiene tan solo 27 años, y en sus propias palabras tuvo una infancia complicada. Y por complicada entiende que de una madre heroinómana y dedicada a la prostitución nace él como un hijo no deseado. Fue abandonado en una clínica de Madrid vinculada a la prostitución, la mendicidad y a las familias desestructuradas, nos dice. A partir de ahí empezó una historia un tanto turbia en que intervinieron varias familias y una adopción a los siete años; y a partir de ahí una mezcla de maltratos, abusos sexuales y diferentes problemáticas... y unos largos puntos suspensivos.
Abel Azcona es un artista, que comenzó haciendo happening, representaciones festivas, y en este momento se dedica a la “perfomance”, es decir al espectáculo vanguardista, donde combina elementos artísticos de diversos campos: teatro, danza, artes plásticas... El vanguardismo, es una terminología de la edad media, que designa un modo de lucha en la batalla. A partir de la primera guerra mundial encarna en el arte la ruptura con la norma establecida, con lo academicista, como un intento de desavenencia, novedad y experimentación. Ni el color, ni la composición, ni el lenguaje estético se mantendrán en los límites aceptados y se presentará como una lucha ideológica en toda regla. La performance o es de alguna manera una provocación o no es nada.
Este joven, a modo de catarsis y de enfrentamiento a una sociedad de la que se siente maltratado, a modo de un grito desgarrador o quizás buscando un lugar en medio de la pomada artística, hace tres años estuvo comiéndose un Corán durante seis horas; hace dos terminó en urgencias tras 42 días enrollado en celofán emulando la vida en una placenta; y tan sólo hace unos días saltó a la polémica por formar con 242 hostias consagradas la palabra “Pederastia”. ¿Es esto arte o trasgresión e insulto? ¿Cuál es el proceso creativo de comerse un Corán o ir a 242 misas y después de comulgar sacarse la forma de la boca para realizar la composición de turno, si es que tenemos que creerle que fue así? Y menos mal que comulgaba en la boca, que si lo llega a hacer en la mano, tendríamos otra polémica y entre los mismos cristianos.
La trasgresión religiosa, del mismo modo que verbalizar una blasfemia, no necesita de mucho intelecto en su realización. Es más difícil hacer una apuesta creativa que, además de denunciar, proponga un camino nuevo, y si la propuesta es artística, mejor que mejor. Pero herir por herir, aparte de ser moralmente inaceptable y en este caso de mal gusto, no deja más que sensibilidades a flor de piel, incomprensiones y resentimientos, incluso de los que debíamos poner la otra mejilla.
Y entre los que formamos la Iglesia que, como es natural, no nos va para nada la profanación de los símbolos religiosos -de nadie-, mucho menos este de las formas consagradas que para nosotros trasciende toda simbología. Y aquí viene la disyuntiva ¿Qué hacer ante la agresión? ¿Dónde debemos poner los cristianos los límites a la reacción? ¿Debemos callar para no hacer más famoso al que busca notoriedad? ¿Debemos denunciar o hablar, para no denotar pasividad o, como dicen algunos, falta de valentía y demasiado pensamiento débil? Yo personalmente no creo en los Guerrilleros de Cristo Rey, y pienso que la mejor defensa no es la reacción, sino el testimonio esperanzado y la propuesta creativa. Y digo esto, porque en nuestra respuesta estamos poniendo mucho en juego.
Últimamente me bombardean al móvil con desgracias que ocurren a los cristianos en cualquier parte del mundo, noticias incluso que se dan como actuales habiendo ocurrido hace dos o más años, martirios de comunidades enteras, insultos a la Iglesia y a la fe de personalidades de la cultura, agresiones en las universidades, performances y profanaciones varias... y pienso: ¡nos quieren provocar! ¿Qué pretenden algunos grupos que saliendo a la defensa de la fe nos alientan a responder casi con las mismas armas que los provocadores: el odio, la revancha, el insulto, el “no hay derecho”? Nuestra provocación ha de ser evangélica o mejor callar y orar por los enemigos, que eso sí que es un mandato del Señor.
Antonio Gómez Cantero
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