Guy Sorman, periodista y filósofo francés, ha escrito un artículo interesante en un periódico de Madrid, en el que viene a decirnos que “no se gana una guerra contra un enemigo imposible de atrapar”.
Algunos justifican la reacción de François Hollande después de la carnicería del último atentado terrorista, perpetrado por crueles fanáticos del autoproclamado Estado islámico. Todos los días son masacrados suníes, chiíes, cristianos, sirios, tunecinos, egipcios... y la cosa no pasa de ser una anécdota que ocupa muy poco espacio en los periódicos. Pero, claro, la historia cambia, cuando nos toca de cerca, en la propia casa o en la del vecino francés. Entonces, todo se magnifica y resulta más luctuoso. ¿Hace falta decir que todas las guerras son malas, las haga quien las haga? Y no son peores las que se hacen en determinados lugares. Todas, malas. ¿Y si son “guerras defensivas”?
Desde el día 13 de noviembre del 2015 se han movilizado Barack Obama, David Cameron y Vladímir Putin entre otros para declarar la guerra al Estado Islámico (EI), que -como dice Sorman- “no es más que una tribu bárbara en algún lugar entre Siria e Irak”. ¿Pero no es excesivo hablar de guerra? ¿O es que la palabra “guerra” no es, en este caso, más que una metáfora para entendernos?
Las guerras que nos han contado (y las que hemos conocido), se hacían (al menos antes) peleando un ejército contra otro ejército. Pero, ¿dónde está aquí el “otro ejército”?
Es difícil ganar una guerra contra un enemigo que se hace “invisible”. Se esconde aquí o allá. Un enemigo que se pasea camuflado por el mismo “boulevard” donde usted camina. Así que ¡vuelve la guerra de la “sospecha” contra el que es diferente!
¿Todos contra el Islam? Dios no lo quiera. Pero las gentes del EI se camuflan, mutan, se disfrazan como Mortadelo. Es verdad que, a veces, se hacen fuertes en un lugar: por ejemplo Siria. Van a por ellos. Bombardean, pero se llevan por delante civiles, niños, ancianos, colegios... Y los dirigentes del turbante, tan frescos. Al día siguiente los han visto otra vez en un oasis de no sé qué desierto, comiendo dátiles.
Dice Guy Sorman: “No se gana una guerra contra un enemigo imposible de atrapar, sin territorio fijo y sin dirigentes inamovibles”.
Hoy a los islámicos les une la “ummah”: su pertenencia a una religión y cultura que algunos bárbaros se atreven a manipular para expandirse, conquistar y matar. Otros, son tolerantes y dialogantes sin dejar de ser ellos mismos. Los tenemos cerca. No nos equivoquemos de guerra, y les hagamos la guerra a ellos en forma de desprecio y marginación. Los “ghettos” nunca trajeron nada bueno.
La Navidad, este año, viene envuelta en un papel de celofán muy especial: elecciones, guerras y mucha niebla. Cuando Dios nos envió a su Hijo, “nacido de mujer y bajo la Ley”, ya había –como ocurre hoy- censos, guerras y guerrilleros (los zelotas).
Las cosas sólo cambian por fuera, añadiendo, si ustedes quieren, el tiempo trascurrido. Pero la condición humana, el interior del hombre, no ha cambiado gran cosa: hombres y mujeres seguimos siendo muy necesitados, muy frágiles y en general “buena gente”. Sobre todo, en Navidad. En estas fechas, ¿verdad que se nos pone la cara redondita de niños pacíficos, aunque algo golosines?
¿Y Dios? Dios sigue siendo el mismo: tan padrazo como siempre. Para todos. Dios no crea ghettos. Además, tiene un Hijo muy obediente (Jesús de Nazaret) y otros muchos hijos: todos, ustedes y yo. Por cierto, unos hijos bastante despistados, a veces agresivos y en ocasiones no tan obedientes.
¡Paz, paz y justicia en la tierra! ¡Trabajo y dignidad para todos! Que la Navidad no se nos convierta en una breve tregua entre dos guerras: la de ayer y la de mañana. ¡Feliz Navidad cristiana y próspero Año Nuevo!
Eduardo de la Hera
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