Le han concedido a D. Ángel Sancho el “Premio Castilla y Léon”. Que no es poca cosa. Es mucha. Tanta... que si Castilla y León fuera Suecia, el premio se llamaría “Nobel”. Rebuscando... he encontrado una entrevista a D. Ángel en una publicación del Ministerio de Cultura dedicada al Patrimonio. Desconzoco la fecha, pero da lo mismo. Son palabras “atemporales”. En un momento dado, habla sobre “las catedrales”. Tenemos muy a mano la de San Antolín, la nuestra. Os animo a visitarla de nuevo desde los ojos de D. Ángel... que sabe muy bien “mirar el Arte Sacro”.
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La catedral no es solamente esa montaña de armoniosas piedras que vemos o esa emoción y admiración que suscita al contemplarla. Es algo más que la geometría y el cálculo del arquitecto; más que el trabajo de los albañiles y el afecto de las multitudes; más que la suma conmovedora de tantos esfuerzos y de tanto amor. La catedral es, sobre todo, una idea, una palabra construida.
Las catedrales están vivas y deberán seguir estándolo, de conformidad con sus fines propios y originarios. Son testigos de nuestra historia y jueces de los siglos que pasan rápidos a sus pies.
Toda catedral viva es un libro. Para quien sepa leerlo o mirarla, descubrirá fácilmente el significado o mensaje de la cátedra, del altar, de las puertas, de las naves, de las ojivas, de las vidrieras, de su capilla central o mayor, enseñándonos a amar y situar en su sitio justo al mundo, al tiempo y a la vida humana, todo, desde el anuncio gozoso de la Buena Nueva salvadora.
Con el paso de los siglos, el Pueblo de Dios, caminando en los diversos espacios y tiempos, se sirvió de la arquitectura, de la escultura, de la pintura, de la música, de todas las bellas artes, para enriquecer y visualizar las verdades y los misterios, proclamados y realizados en las acciones litúrgicas, plasmándolos en incontables y, a veces, insuperables obras artísticas, manifestativas de los misterios salvadores, formándose así el llamado «Patrimonio Cultural de la Iglesia», inmueble, mueble y documental. Por ese motivo se estudian, a veces, nuestras catedrales como «iglesias madre de las diócesis y como legado cultural».
Los «conjuntos catedralicios» de las viejas diócesis son un reflejo y síntesis de la historia, de las creencias, de la vida y de la cultura de sus gentes, configurando un rasgo manifestativo de nuestra civilización. Ni España ni Europa serían las mismas sin sus catedrales y sus monasterios.
Nunca la Catedral es más catedral, ni está más viva y brillante, que cuando se encuentra repleta por el pueblo, en aquellos días o tiempos en que celebra sus grandes solemnidades o festividades, como por ejemplo: las fiestas del patrono o de la patrona, la Navidad, la Semana Santa, la Inmaculada, el Adviento, la Cuaresma, el Corpus y tantas otras.
En esos actos y manifestaciones festivas con asistencia masiva del pueblo, reflejados y recogidos en los Libros de Actas y en la tradición popular, se mezclan la música, el folclore y las costumbres con la propia fe y religiosidad, constituyéndose en fuente y legado cultural. Más aún, la actividad o vida ordinaria de una catedral es ya fuente y legado de cultura, pues todo lo que rodea al culto solemne, como la participación de la Coral, la intervención del órgano, la actuación de los jóvenes acólitos y lectores, la proclamación de la Palabra y todo el marco de la acción litúrgica nos transmite un sereno mensaje de singular belleza.
Visitar una catedral viva supone percibir un gozo múltiple: arqueológico, histórico, artístico, apologético y religioso, es decir, útil al hombre total. Y nada, ninguna contrapartida económica o de otro tipo, justificaría la pérdida de su función originaria o los cambios en su integridad espiritual y material.
Domingo Pérez
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