La Iglesia lleva a cabo su misión en medio del mundo, en la sociedad y para las personas que componen esa sociedad. Esa misión se hace visible en multitud de actividades litúrgicas, catequéticas, educativas, pastorales, asistenciales y misioneras que le son propias.
Otro año más insistimos en que marcar la «X» a favor de la Iglesia Católica en la Declaración de la Renta. Asimismo, animamos también a marcar la “X” de la casilla «Fines Sociales». Son dos gestos que no cuesta nada, pues no por ello hay que pagar más, ni tampoco reduce la devolución en caso de que procediera. El papel de la Administración del Estado se reduce a ejecutar la libre voluntad del contribuyente.
«¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!». Esta, que fue una de las primeras reflexiones del Papa Francisco al poco de ser llamado “desde el fin del mundo” para calzarse las sandalias de Pedro, es la realidad que demuestran a diario las decenas de miles de voluntarios y trabajadores que, en el seno de las comunidades diocesanas y parroquiales o a través de los proyectos de Cáritas y Manos Unidas, comparten «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren» (GS, nº 1).
Esta opción por la caridad que, junto con el anuncio y la celebración de la Palabra, late en el corazón de la vida de la Iglesia, es la que está contribuyendo a que los efectos sociales de la difícil situación económica se atenúen en los hogares donde la precariedad muerde con más fuerza. No son meras palabras. Por ejemplo: la ayuda al desarrollo impulsada por Manos Unidas a través de más de 600 proyectos en 58 países de todo el mundo ha permitido garantizar, con el compromiso de 4.804 voluntarios, los derechos básicos de más de tres millones de personas.
Esa «Iglesia pobre y para los pobres» es la que corre por las venas de las 69 diócesis españolas y las casi 23.000 parroquias, donde se recrea el milagro de la multiplicación de los panes y los peces en las manos de esa legión de samaritanos formada por 19.621 sacerdotes, 59.882 religiosos y 85.751 catequistas. Codo a codo con los voluntarios de las numerosas instituciones de acción social de la Iglesia en España.
Esta opción evangélica y preferencial por los que, como acertadamente ha denunciado el Papa Francisco, son empujados a los márgenes del sistema como «frutos amargos de la cultura del descarte», solo es posible gracias a la gratuidad fraterna de millones de ciudadanos anónimos que comparten su tiempo, sus capacidades y sus bienes -incluso los necesarios- con quienes viven en situación más precaria.
La convocatoria anual de la Declaración de la Renta nos ofrece, a través de las casillas de la Asignación Tributaria, un instrumento óptimo para colaborar tanto con el sostenimiento de la Iglesia católica como con los fines sociales de Cáritas o Manos Unidas. Se trata de opciones complementarias, en ningún caso excluyentes y que actúan como una suerte de vasos comunicantes de la solidaridad, pues mientras las distintas organizaciones sociales de la Iglesia pueden financiar parte de sus proyectos con los fondos procedentes de la casilla «Fines Sociales», las aportaciones destinadas al sostenimiento de la Iglesia católica redundan en el buen funcionamiento de la vasta labor pastoral de las diócesis y las parroquias. Es más, en los últimos cinco años la Conferencia Episcopal ha destinado 20 millones de euros procedentes de la Asignación Tributaria a los proyectos de Cáritas para paliar los efectos sociales de la crisis.
Apoyar este compromiso con los más pobres a través de la Asignación Tributaria es sencillo. Basta con marcar una «X» en ambas casillas para que, sin coste añadido alguno para nosotros, una parte de nuestros impuestos tenga el mejor de los fines posibles. Como cristianos, nos lo reclama nuestra fe. Como ciudadanos, nos lo exige nuestra responsabilidad.
Ángel Arribi. Cáritas Española
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