lunes, 5 de mayo de 2014

El “Tour” hacia Dios

San Buenaventura escribió un “Itinerario del espíritu hacia Dios” (Itinerarium mentis in Deum). Es un manual para poder llegar a la contemplación de Dios. Casi nada.

Los manuales que vemos en los escaparates de las librerías, suelen ser manuales de corto vuelo: manual para aprender a envejecer (gimnasia incluida); manual para disimular las arrugas del cuello y de la frente; manual para triunfar en la vida sin dar golpe. Y todos así, en este plan.

En los escaparates de ciertas librerías, hoy no tendría cabida un manual como el de San Buenaventura: caminito o itinerario para llegar a Dios. Con sus etapas y metas. Como la “vuelta”, el “giro” o el “tour”. “¿Pero qué hace un libro tan raro en un lugar como este?” -preguntaría más de uno al verlo en alguna librería. 

Hay un rincón en Italia que irradia espiritualidad cristiana. Es el monte de la Verna, lugar de la Umbria donde san Francisco, contemplando al Crucificado, recibió los estigmas o llagas del Señor. Cuenta san Buenaventura, franciscano hasta la médula, que mientras meditaba sobre las posibilidades de ascender a Dios, pudo ver -como le ocurrió a Francisco- una visión de ángel en forma de Crucificado. Las seis alas del Serafín se convirtieron para el joven Buenaventura en el símbolo de las seis etapas que podrían conducir al hombre al conocimiento de Dios. Las recojo con veneración de la pluma de San Buenaventura. Aviso de entrada que, sin una buena disposición y sin al menos un gramo de fe, no servirían de mucho.

¿Cómo llegar, pues, en seis etapas, a la unión con Dios, según San Buenaventura?


Primero, hay que querer realizar el camino; desear ardientemente llegar a Dios. El estudio teológico no estorba; pero solo él poco puede. “Interroga a la gracia, no a la doctrina” -dice él.

Segundo, vale más el “gemido de la oración” que los muchos y curiosos saberes. Sobre todo, los enciclopédicos, incluidos los científicos.

Tercero, hay que aprender a “observar el mundo a través de la exploración de la propia alma”. O sea, introspección: mirar hacia dentro, no andar constantemente desparramado hacia fuera. Ni andar, distraído, con los cascos en las orejas a todas horas. Y no porque la música no sea buena.

Cuarto: la niebla, a veces, aparece en las subidas a las montañas; también en la subida hacia Dios. Que le pregunten, también, a san Juan de la Cruz.

Quinto: Para llegar a Dios debemos “acallar afanes, pasiones y fantasmas”.

Y sexto: la meta final nos tendría que hacer exclamar como a Felipe, el Apóstol: “Esto me basta”. O como a Santa Teresa de Ávila: “Solo Dios basta”.

Es bueno sentarse a los pies de los contemplativos, de los místicos más clásicos, para aprender de ellos. Es bueno llamar a las puertas de estos privilegiados de Dios. Aprenderíamos mucho más que dando vueltas y más vueltas por ahí sin rumbo. Pero ya nos avisa san Buenaventura que, sin una previa labor de poda o purificación de pensamientos y acciones, poco podríamos conseguir.

Avisados quedamos. Deporte puro y duro, pero de los que merecen la pena.

Eduardo de la Hera

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