Nadie duda que existe el demonio. En el evangelio de san Mateo leemos: “Jesús dijo a sus discípulos... Id predicando el Evangelio. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos y arrojad a los demonios”. San Lucas (Cap. 22) dice: “¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo”. San Marcos (Cap. 1) relata las tentaciones del desierto y dice: “Estuvo en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás”.
San Juan de Ávila en su mejor libro: “Audi filia” (escucha hija) nos habla del “lenguaje del demonio”. Acude a San Agustín buscando cómo llamar al demonio y escribe: “De muchos nombres es llamado el demonio, para alcanzar los males que tiene. (...) Dragón, porque secretamente pone asechanzas; león, porque abiertamente se enoja”. Y añade san Juan de Ávila: “La asechanza que tiene para enseñar es aquesta: alzarnos con la vanidad y mentiras, y después derribarnos con verdadera y miserable caída”.
La soberbia y vanidad perjudican al cristiano que trata de vivir en humildad y sencillez: “Si bien conociere la verdad de cómo todo lo bueno nos viene de Dios, verá que el tener dones de Dios no ha de ensalzar vanamente a los que los tienen, mas abajarlos más, como a quien más agradecimiento y servicio debe”. Y añade una interesantísima advertencia: “Si el demonio nos quisiere turbar con gravarnos los pecados que hemos hecho, miremos que ni él es parte ofendida, ni tampoco el juez. Dios es a quien ofendemos cuando pecamos, y él es el que ha de juzgar a hombres y demonios”.
Contra esa inquietud del demonio, acude a la Carta de San Pablo a los Romanos (Cap. 5), que nos habla de los frutos de la justificación: “Nuestro pelear -afirma san Juan de Ávila- no es a solas manos, más bien principalmente con invocar al Señor todopoderoso, el cual por nosotros pelea. Y eso es lo que dice el profeta Isaías: en silencio y esperanza será vuestra fortaleza”.
Germán García Ferreras
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