lunes, 16 de mayo de 2016

Los agraces y la dentera

Estos días en que nuestros ediles han decidido cumplir la Ley de la Memoria Histórica, respecto a algunos nombres de nuestro callejero palentino (y si pensaran recurrir la sentencia posiblemente la perderían) muchos palentinos hemos sentido un gran desconcierto y confusión. Al Beato Manuel González le despojarán de su calle.

Sabemos que un ayuntamiento tiene facultad para poner o quitar el nombre de una calle, lo que produce gran alegría o un hondo pesar, según se dé el caso, para los cercanos o amigos de la persona que recibe el honor o se le substrae.

He leído las acusaciones que se le recriminan y se me han clavado como espinas en el corazón. ¿Cómo ha podido pasar los 10 pasos del proceso de las Causas de los Santos, si todo esto está escrito en los diarios de la época, cuando escrupulosamente han de buscarse testigos que testifiquen sobre hechos concretos y, si es posible, experiencias personales sobre cómo vivió su fe y cómo practicó las virtudes cristianas el aspirante a ser beatificado?
En concreto, los testigos son preguntados acerca de cómo vivió el candidato las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, templanza y fortaleza), así como las específicas del propio estado de vida, en este caso como obispo. Además, el tribunal ha de reunir, y mirar con lupa, todos los documentos que conciernan a la vida y escritos del candidato. Entonces, ¿Cómo estas afirmaciones han podido superar la “positio” que prueban el ejercicio heroico de las virtudes de D. Manuel? Todo esto me resulta extraño.

Muchas personas me han pedido una protesta formal ante este hecho. Incluso algunos quieren que desde “el obispado” encabecemos o alentemos manifestaciones o recogida de firmas para rechazar frontalmente la actitud del Sr. Alcalde y de los Sres. Concejales. Pero yo, que creo en los santos, pienso que este no es el camino. Yo, que creo en el Crucificado, que murió perdonando, no pienso alentar cruzadas, porque sé que entre los soldados que asesinan por obediencia o simplemente por inconsciencia, siempre hay un centurión que reconoce la equivocación y busca la reconciliación en el fondo de su corazón.

Las ideas políticas, y aún más las religiosas, forman parte del tuétano de nuestros huesos, de nuestra cosmovisión de la existencia, por eso comprendo que cada uno quiera restituir a los suyos y así debe ser. Me duele tanto el que fue asesinado clandestinamente en una desconocida cuneta como el que tras un juicio sumarísimo es fusilado tras una sentencia por sus ideales. Pero remover los enfrentamientos desde el lado que sea, en pleno siglo XXI, es un enfoque retrógrado e insensato de la sociedad y de la historia. Y no tiene nada de cristiano.

¿Cómo podremos olvidar tanto rencor, nosotros que no hemos vivido el desastre irracional de aquella guerra civil que ya no es nuestra? El profeta Jeremías gritaba a su pueblo que los hijos no pueden sufrir la dentera de los frutos verdes que comieron sus padres (31,29). Lo normal, en una civilización del diálogo y la concordia, es no arrancar de la memoria ciudadana a los de un lado sino añadir al callejero a aquellos que sufrieron injusticia por seguir sus ideas y convicciones, porque nosotros ya somos otros. Pero nosotros, que debemos de construir la unidad y el sentido de pueblo, obcecadamente nos mantenemos en resucitar a los muertos sedientos de venganza.

Los jóvenes de aquellos finales de los 70, vivimos con una ilusión desbordante la reconciliación que los padres de la Constitución (con sus carencias y aciertos) y todos los partidos políticos, intentaron llevar a cabo. Todos cantábamos con Jarcha, su Libertad sin Ira: “dicen los viejos que en este país hubo una guerra...” y no dimos aquellos pasos, bendecidos por todas las naciones democráticas, para que ahora, como si se tratara del mito de Sísifo, comencemos de nuevo.

Antonio Gómez Cantero
Administrador Diocesano

No hay comentarios:

Publicar un comentario