lunes, 23 de mayo de 2016

Domingo, y el fuego purificador

Domingo se quedará solo en tierras francesas casi diez años, metiéndose hasta el cuello en el “fango de la herejía” y “cuan otro Moisés conducirá al pueblo a la liberación”. Son frases de los que conocieron la fuerza de su predicación, que no descansará por extender el Evangelio. Una labor incansable para, como al posadero, mostrar la Luz que ilumina a los hombres.

Sabemos por el testimonio de los testigos de canonización, que convivieron en los primeros pasos de su predicación, que las discusiones doctrinales eran continuas, y algunas incluso violentas. Domingo, confía en la fuerza del Espíritu, y pone al servicio de la Santa Predicación su sólida formación teológica y doctrinal adquirida en Palencia durante más de una década. La discusión doctrinales se alterna con la predicación popular, en pueblos y ciudades, en los caminos, con los labriegos, adormecidos por la predicación cátara, con los clérigos con poca formación, en definitiva, con el pueblo de Dios.

El método de las disputas teológicas sigue el esquema de coloquios apologéticos. Se fijan los temas de forma de proposiciones. Los protagonistas presentan por turno sus argumentos, y a veces los redactan, indicando sus “autoridades”, para que el adversario pueda preparar la respuesta. Algunas veces, al final de la discusión, las respuestas se ponen por escrito para ser sometidas al parecer de los árbitros del debate. Y un jurado debe decidir quiénes son los vencedores. Estos jurados, son en muchos casos incompetentes en la materia que se debate, seglares feudales o burgueses, que responderán a intereses muy bien remunerados...

En más de una ocasión se recurre al llamado y temido “juicio de Dios”. El fuego que purifica es la señal de que un hombre es inocente o culpable en una acusación grave. Pedro de Vaux-Cernai, relata que, en una ocasión, un libro de Domingo fue entregado al jurado y arrojado a las llamas por los jueces, persuadidos de que no podría quemarse si su doctrina era verdaderamente santa. Y el libro no ardió, a pesar de que se intentó quemarlo tres veces. Domingo alejado de estas supercherías, predica con ardor y conmueve a la multitud, pueblos enteros se declaran a su favor y a favor de la verdadera fe y lo siguen por los caminos. Los señores feudales, en cambio, permanecen hostiles. El fuego que Domingo prefiere, es el del Espíritu que purifica los corazones vacios de los cátaros, que ilumina más que el vil dinero, que deslumbra a los señores de Fanjeaux, Carcasonne, Montreal o Mirepoix. El fuego que devora los libros se extinguirá, pero el Espíritu que mueve a Santo Domingo y arde en su palabra no tendrá fin.

Fray Luis Miguel García Palacios, O.P.
Subprior del Convento de San Pablo

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