viernes, 17 de abril de 2015

Ante nuestros ojos y nuestro silencio cómplice

El pasado 6 de abril, Lunes de Pascua, una vez finalizado el Regina Coeli -oración mariana que sustituye al rezo del Ángelus en el Tiempo Pascual- y tras saludar a los peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco hizo un llamamiento a «continuar por parte de todos el camino espiritual de oración, intensa oración, de participación concreta y ayuda tangible en defensa y protección de nuestros hermanos y de nuestras hermanas, perseguidos, exiliados, asesinados, decapitados, por el solo hecho de ser cristianos. Ellos son nuestros mártires de hoy y son muchos; podemos decir que son más numerosos que en los primeros siglos. Pido que la comunidad internacional no permanezca muda e inerte frente a tales inaceptables crímenes, que constituyen una preocupante violación de los derechos humanos fundamentales. Pido verdaderamente que la comunidad internacional no mire hacia otro lado».

En la mente de los presentes estaban las 147 vidas humanas brutalmente cercenadas, a manos del grupo islamista radical Al Shabab, en la Universidad de Garissa (Kenia). Un acto execrable en el que los terroristas fueron preguntando a los estudiantes si eran cristianos o musulmanes, y abrieron fuego y decapitaron a aquellos que contestaron que profesaban el cristianismo. A estos ya se había referido el Santo Padre al finalizar el Via Crucis que presidió en el Coliseo romano, cuando afirmó ante el asesinato de cristianos en países como Kenia, Siria, Irak y otros muchos sitios que «nuestros hermanos son decapitados y crucificados ante nuestros ojos y nuestro silencio cómplice».

Durante ese mismo Vía Crucis, el predicador de la Casa Pontificia, el padre Rainiero Cantalamessa, también tuvo un recuerdo especial para los cristianos asesinados por el autodenominado Estado Islámico (IS): «Los verdaderos mártires de Cristo no mueren con los puños cerrados, sino con las manos unidas. Hemos visto tantos ejemplos. Es Dios quien a los veintiún cristianos coptos asesinados por el IS en Libia el 22 de febrero, les ha dado la fuerza de morir bajo los golpes, murmurando el nombre de Jesús».


Nos habla el Papa Francisco de apartar nuestra mirada y de mantener un silencio cómplice. Y podemos recordar la Palabra de Dios en el Evangelio de San Mateo: «Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”. Entonces también estos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Él les replicará: “En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”» (Mt 25, 42-45).

En la Cruz vemos hoy a nuestros hermanos perseguidos, decapitados y crucificados por su fe... bajo nuestros ojos o con frecuencia con nuestro silencio cómplice. Es necesario pedir al Señor que imprima en nuestros corazones sentimientos de fe, esperanza, caridad, dolor por el drama que viven los seres humanos, dolor por nuestros pecados y dolor por nuestra indiferencia. Es necesario transformar nuestra conversión hecha de palabras, en conversión de vida y de obras.

En el Jesús de la Cruz, vemos los cuerpos de nuestros hermanos sacrificados, desgarrados y lacerados... desfigurados por nuestra negligencia y por nuestra indiferencia. En el Jesús de la Cruz vendido, traicionado, y crucificado, vemos nuestras traiciones cotidianas y nuestras habituales infidelidades. En su inocencia, vemos nuestra culpabilidad. En su sentirse abandonado vemos a todos los abandonados.

Pero también en su sed en la Cruz vemos la sed del Padre misericordioso... que en Jesús ha querido abrazar, perdonar y salvar a toda la humanidad. En este Tiempo Pascual, es crucial redescubrir y anunciar la Resurrección, la certeza de vida y de la paz, de la justicia y de la reconciliación, y ayudar a que siga manando la fuente de esperanza.

En este Tiempo Pascual, sin olvidarnos de acompañar a nuestros hermanos que sufren, debemos redoblar los esfuerzos para hacer presente en nuestro mundo a Jesucristo, “Príncipe de la paz”, el único que hace posible la reconciliación, en medio de tantos sufrimientos y divisiones... siendo colaboradores en la obra de la paz que nace del amor de Dios por la humanidad, con especial atención a los que sufren y a los pobres.

El mismo Papa Francisco, tras el Regina Coeli que citábamos al comenzar, nos da la pista que debemos seguir: «Nosotros anunciamos la resurrección de Cristo cuando su luz ilumina los momentos oscuros de nuestra existencia y podemos compartirla con los demás; cuando sabemos sonreír con quien sonríe y llorar con quien llora; cuando caminamos junto a quien está triste y corre el riesgo de perder la esperanza; cuando transmitimos nuestra experiencia de fe a quien está en búsqueda de sentido y de felicidad. Y ahí con nuestra actitud, con nuestro testimonio, con nuestra vida decimos “Jesús ha resucitado”, con todo el alma».

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